Algeciras

El Peñón se pone duro

La Razón
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Con sus apenas siete kilómetros cuadrados, lo que viene a ser como una cagada de mosca en los confines del continente, el Peñón de Gibraltar da cobijo y sustenta a los 30.000 paisanos más gallitos de todo el Imperio Británico o del eventual imperio «yanito» que, a lo que se ve, estarían dispuestos a formar en el futuro a paladas de tierra sobre la Bahía de Algeciras. Tanto una cosa como otra, «dar cobijo y sustentar», no son más que una manera de hablar, puesto que ninguna de las dos ocurre realmente en Gibraltar, donde los censados viven en San Roque y Sotogrande y a lo que en verdad se dedican no es a nada que se produzca, crezca o se fabrique en los límites de ese estrecho territorio. No plantan melones como en Rota ni fabrican aviones como en Puerto Real ni se han hecho expertos en informática pero han sido capaces, a lo largo de los años, de cogerle el truco a un invento, el suyo, que no sueltan así les mandaran a la Sexta Flota americana. A resultas de los pingües beneficios que obtienen como consecuencia de la ingeniería financiera en la que sin hacer exactamente nada parece que lo hicieran todo, esos siete kilómetros cuadrados se han convertido en los más redondos del planeta. Están fuera de la unión aduanera, de la Política Agraria, del proceso de armonización del IVA y son un auténtico paraíso fiscal en el que, por ejemplo, se radican la mayor parte de los casinos y de las empresas de juego que internacionalmente operan por internet. Naturalmente, a costes y a impuestos nulos, o tan bajos, que sólo permiten llamar competencia desleal a la actividad que realmente desarrollan
Si alguien se pusiera a mear en lo más alto de «la Roca» –que es como allí llaman al Peñón– la meada se detendría unos metros más abajo contra la garita de la Guardia Civil, pero ellos no quieren perder el derecho de hacerlo para poder seguir sustentando unos privilegios descarados y absolutamente desaforados. Ser la China europea, con apenas siete kilómetros y a la inversa en todos los sentidos, bien vale un conflicto de soberanía o de lo que se tercie, siempre que se ampare en un tratado que con los siglos se ha convertido en el anacrónico libro de Petete. Que nadie les toque el Peñón, que es lo que permanentemente ellos hacen para ponerse duros. Saben que son sus vecinos quienes suelen bajarse los pantalones.