Crítica

Warlikowski se pierde

«El rey Roger». De Szymanowski. Voces: Mariusz Kwiecien, Olga Pasichnyk, Stefan Margita, Will Hartmann. Orquesta Sinfónica de Madrid. Dir. musical: P. Daniel. Dir. de escena: K. Warlikowski. Teatro Real, Madrid, 25-4-2011.

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«Rey Roger» es una suerte de sinfonía vocal y coral en tres movimientos desarrollada a través de un lenguaje literario conceptuoso –del libretista Jaroslaw Iwaszkiewicz, lejanamente inspirado en Eurípides– ilustrado por una música en la que se dan cita, a modo de precipitado, diversas influencias. Pentagramas que se siguen bien dentro de su ambigüedad tonal.

No es genial, pero vale para describir y ambientar la historia simbolista narrada con un lenguaje a veces inextricable, el que seguramente pudo emplear el autor en su mensaje homoerótico. Todo ello lo entendió perfectamente el director musical Paul Daniel. Batuta clara, precisa, que domina y controla y que establece sin dificultad los debidos contrastes y los tornasoles tímbricos. Mostró excelente sentido de las progresiones, atemperó los tutti y acompañó con elocuencia, logrando destacadas prestaciones de coro y orquesta.

Entre los solistas sobresalió la compacta y bien emitida voz de Kwiecien, sólido y entregado Roger. Algo estridente en la zona aguda, aunque expresiva y musical, Pasichnyk, y esforzado, engolado y escasamente amplio en su cometido «cantabile» de Pastor, Hartmann. Notable para Margita, el consejero del rey. Todos sirvieron, mal que bien, la mística y la elevada espiritualidad, combinada con un panteísmo algo facilón y decorativo de resonancias paganas que conduce a un final apoteósico en el que la luz solar preside la proclama de un monarca que se siente impulsado a lo más alto (aunque no queda claro qué es lo que quiso decir el compositor).

Este bagaje, esta carga cultural, no se aprecia en la propuesta de Warlikowski, que ha realizado una puesta en escena de decorado único, abrillantado y funcional, presidido por una gran piscina sin agua, en donde los personajes cantan una cosa y actúan como si dijeran otra. Obsesionado con el cinematógrafo –lo que ya apreciamos en su inteligente producción de «El caso Makropoulos» de Janácek en el Real–, el regista emplea a veces cámara directa y hace continuos guiños a Hollywood y en particular a Warhol: mujeres del coro vestidas al estilo Marilyn, niños y el propio Pastor embutidos en cabezas del Ratón Mickey…

El final resulta ridículo con los ratones practicando una postura típica de yoga relacionada con el astro solar. En consecuencia, puesta en escena epidérmica, con efectos gratuitos que no tienen nada que ver con el meollo con la contraposición Apolo-Dionisos. No es extraño que el público abucheara en una gran mayoría y que saliera perdido del teatro. Pero esto es lo que Warlikowski quería, a la postre.