China

Perseguidos

La Razón
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Esta semana hemos tenido la ocasión de escuchar en Madrid testimonios directos de la persecución de la comunidad cristiana en Irak. Shaba Matoka, el arzobispo siro-católico de Bagdad, describió los terribles hechos ocurridos en la Catedral de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro el 31 de octubre, mientras que el arzobispo de Mossul relató su secuestro en 2005. Además de la atrocidad que supone por sí misma (con 1.100 cristianos asesinados desde hace siete años sólo en Irak), la actual persecución de los cristianos responde con bastante precisión al mapa del nuevo mundo que está surgiendo estos años, un mundo formado por grandes zonas, cada una bajo la influencia de potencias que impondrán, por la sola legitimidad que les proporciona su poder, determinadas formas de vida. China, donde los cristianos tampoco son bienvenidos, es una de ellas. El conjunto de los países de tradición musulmana, será otra, menos homogénea y, por eso mismo, aún más peligrosa. El cristianismo, al poner la cuestión de la libertad –y del amor, aunque las repercusiones de este hecho sean menos evidentes– en el centro de sus preocupaciones, plantea serios problemas a este nuevo reparto del poder. El cristianismo, por otro lado, está en la base de los sistemas democráticos y liberales, como el nuestro, donde existe una efectiva libertad religiosa. Hasta ahora, la libertad religiosa constituía un modelo, el único modelo, en el fondo, con capacidad para legitimar al poder político. Ya no es del todo así. La libertad religiosa empieza a ser entendida como un peligro, y tal vez como un signo más de la decadencia de las democracias liberales. Uno de los desafíos que plantea esta situación es saber si estamos dispuestos a aceptar ese mundo nuevo, con el cristianismo reducido a algunas zonas geográficas, extensas pero limitadas. Otro es saber si nos damos cuenta de verdad que la libertad religiosa es la base misma de nuestra forma de vida. Su defensa no es un capricho de gente obcecada o desconsiderada con las creencias mayoritarias en otras regiones. La libertad religiosa es la clave misma de nuestra identidad. Sin ella estamos, literalmente, perdidos.