África

Nueva York

Algo sucede por Joaquín Marco

La Razón
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Hay momentos en los que parece que la historia se acelera. No es así, porque todo viene de mucho más lejos, pero acaba coincidiendo en un momento dado. Algo así como una tormenta perfecta se conjura para situar a los ciudadanos casi al borde del infarto. El día 25 de septiembre, a la vez que los manifestantes se concentraban en Madrid, en los límites de un Parlamento tomado por la fuerza pública, y en otras capitales de otras autonomías, Artur Mas anunciaba solemnemente la convocatoria de elecciones para el próximo día 25 de noviembre con el fin de abrir un proceso de autodeterminación; el presidente y ex ministro Griñán y el ex presidente y ex ministro Chaves se justificaban ante la comisión formada por el Parlamento andaluz por el caso de los ERE andaluces, mientras en la dulce Galicia caían alcaldes y hasta jefes de Policía. Bono, entre tanto, presentaba, urbi et orbi, el primer libro de sus memorias que comienza con su desencuentro con Guerra. Todo haría suponer, pues, que nuestros principales problemas eran políticos o de corrupción, cuando Mariano Rajoy, pese a las intensas presiones, no ha acabado aún de deshojar la margarita del segundo rescate. Pero las cosas de la Unión Europea van más que despacio y todavía más los balances bancarios, que se han tomado más tiempo que el descubrimiento de la Atlántida. A todo esto, Joaquín Almunia advertía que las dudas en acudir al Eurogrupo para solicitar el rescate acabarán resultando peligrosas y hasta posiblemente más caras. El 25 de septiembre terminaba de arder otro bosque valenciano y nuestro ministro de Agricultura había intercedido ante la Comisión Europea oportuna para señalar que la superficie quemada de nuestra masa forestal equivalía, en superficie, al estado de Luxemburgo.

Todo contribuye a hacer más visibles las desgracias de una España, puesta en cuestión, además por el viejo y también el nuevo independentismo catalán, fruto de la gran manifestación popular el 11-S. Mas aspira a encarnar, sumando otras fuerzas, esta aspiración que rompe reglas constitucionales. Pero se ha demostrado en más de una ocasión que la Carta Magna es reformable, ya que no reformadora. Visto desde fuera, desde Nueva York, por ejemplo, donde se encontraba aquel día nuestro presidente, el efecto que debía producir esta parte de la Península Ibérica habría de ser inquietante y descorazonador, hasta el punto de que al día siguiente subió de nuevo la fiebre de la prima de riesgo. Ya el anterior, para acabar de redondear la tormenta, el «The New Yok Times» publicó un extenso artículo, en la primera página del periódico, sobre la creciente pobreza española, acompañado de fotografías de un hombre revolviendo un contenedor de basura y advirtiendo que el 50% de nuestra juventud se hallaba en paro, además de contabilizar el más de medio millón de parados y aludir a las necesidades de cuantos no cobraban subsidio alguno (ya más de un millón) y el ascenso de las peticiones alimenticias a Cáritas. Este octubre negro, que todavía no ha comenzado, obligará a las autonomías que hayan pedido el rescate: Cataluña, Murcia, Valencia y también Andalucía, más las que vendrán, a aplicar un Programa de Acuerdo, que en el equivalente ámbito europeo se denomina «Memorando de entendimiento». Ha de servir para privatizar más servicios, liberar los mercados, pagar proveedores, atender a los conciertos y no pasar del 1,5% del PIB, porque, de otro modo, pueden llegar a ser intervenidas por el temible Cristóbal Montoro. No es, pues, de extrañar la desconfianza que provoca la clase política en bloque, sin distinción alguna; algo que vendría a coincidir con los «indignados» de hace bien poco tiempo, a los que cada formación quiere asimilar.

Nada peor podría sucedernos que negar una democracia, aunque pueda confundirse con partitocracia, porque con ello estamos dando un enorme salto atrás. Si alguien puede sacarnos de esta situación, son los políticos. No lo van a hacer los financieros ni los bancos y mucho menos, los intelectuales. Cuando uno se desentiende de la política –y se lo comentaba Juan de Mairena a sus discípulos (Antonio Machado)– otros la harán por ti y posiblemente la que no quisieras compartir. En estas crisis que suman estratos de distinta entidad y signo, no cabe olvidar lo esencial: el voto ha de acabar decidiendo. Tal vez los políticos se sienten poco apoyados por una ciudadanía que los votó y que tal vez hoy no lo volvería a hacer. Pero las posibilidades de alterar el ritmo de la historia son en nuestro tiempo prácticamente nulas. Por fortuna, en el mundo occidental hemos pasado página de las fórmulas revolucionarias. Contemplemos el norte de África –otra esperanza frustrada– para volcarnos en el diálogo y la palabra. No hay otra salida que objetivar los problemas y darles una solución, alternativa y lo más rápida posible. No es bueno que se pudran alterando su naturaleza. Algunas reformas son necesarias y no deberían resultar dolorosas. Desconfiemos de las soluciones fáciles, pero también de que el tiempo por sí mismo solucionará las causas. Los efectos pueden llegar a ser mayores. Como tituló José Agustín Goytisolo un libro de poemas, «Algo sucede». Podríamos asegurar que es mucho y de diversa entidad. No va a servirnos de nada mirar hacia otro lado.