Agitación civil
La sonrisa torcida del comandante
Hosni Mubarak sabía que no iba a completar los ocho meses y cuatro días que le faltaban para cumplir los treinta años en la Presidencia de Egipto. La presión de la Plaza Tahrir y del Ejército le obligaron el 4 de febrero a anunciar que no se presentaba a la reelección en septiembre.
Desconocía, sin embargo, que tardaría seis días en ceder a medias a las demandas populares sostenidas por los militares (columna vertebral del país). Mubarak tomó el poder el 14 de octubre de 1981, después de que un islamista asesinara a quien fuera su predecesor, el presidente Sadat por firmar la paz con Israel. Mubarak carecía de sexappeal político pero había sido designado por Sadat como vicepresidente. Ex comandante de la fuerza aérea y héroe de Yom Kipur, asumió con disciplina militar su cometido como sucesor. El rais supo manejar el estatus egipcio de primera potencia árabe en reconocer el Estado de Israel para construir su reputación de estadista y de hombre clave en la región. Mubarak ha gobernado bajo una ley de emergencia que le permitió acumular poder a costa de limitar las libertades. Justificó este sistema por la amenaza del islamismo que puso en jaque a la nación en los 90 pero que terminó tolerando. Sus seguidores recordaban que ha dado a su país el periodo más largo de estabilidad y de desarrollismo. No ha sido suficiente. Entre sus detractores el faraón recibía con sorna el sobrenombre de la vaca que ríe. No era conocido por su inteligencia. En las calles cairotas corría el chiste de que los presidentes elegían como vicepresidente a un hombre menos capacitado para evitar que le hiciese sombra pero Mubarak no encontró recambio. Trabajador nato (empezaba su agenda a las 6:00) le perdió su tentación de perpetuar su dinastía a través de su hijo Gamal.
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