Bruselas

Quo vadis Euro por Joaquín Marco

La Razón
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Algunos galardonados economistas opinan que el futuro de la moneda que simboliza la Europa continental se está jugando en terreno español. Pero a diferencia de nuestro deporte nacional, el fútbol, este, digamos partido, en campo propio no nos favorece, aunque hayamos logrado el honor de pasar a la final europea. Según se estima, los países intervenidos antes eran tan sólo un ensayo. El de Grecia se da ya por perdido a corto o medio plazo. Portugal e Irlanda han regresado a los orígenes: los irlandeses emigran y los portugueses se han hundido en la hidalga miseria. Italia anda a la zaga, pero es país fundador, aunque la caída española le arrastraría al abismo. Uno se pregunta qué ha pasado en tan pocos años para desandar lo que anduvimos tan plenos de euforia. Se cometieron, sin lugar a dudas, muchos errores y el mayor fue, a lo que parece, el de la construcción de viviendas a precios que inevitablemente tienen ahora que derrumbarse. Pero nuestros desafueros nada tienen que ver con los países intervenidos ni con las crisis que azotan el conjunto de la Unión. Incluso Alemania –el eje– ha sentido ya las primeras molestias de un escalofrío en el cogote que no compensan las canículas de los países del Sur. Nuestros problemas tienen difícil remedio ya que lo que se entendió como Unión se ha convertido en desbarajuste. Lo observan los dineros bien colocados y a distancia, confiando en zamparse la parte que reste del pastel. Los españoles estamos demostrando capacidad de aguante: lo que nos echen. Soportamos el constante incremento del paro, la destrucción de la pequeña y mediana empresa. Nos resignamos a vivir de las pensiones de los abuelos. Vamos desmantelando, a las órdenes de los burócratas de Bruselas, el estado de un ficticio bienestar. Vamos del medicamentazo al IVA, de los recortes en Educación a vender cualquier bien público. Contemplamos sin esperanza alguna el futuro. Nuestra juventud –aquella mejor preparada– no descubre un trabajo de lo que sea.

Pero ¿y si tanto sacrificio – y no sólo bancario– no conduce a ninguna parte? ¿Seremos todavía más pobres y ni siquiera honrados? ¿Puede crecer más la prima de riesgo y lo que supone? Tampoco habremos vivido nunca por encima de nuestras posibilidades. Que esto va por ciertos altos ejecutivos, administradores más o menos públicos o quienes heredaron fortunas que arrastran desde siglos. Pero es posible que los males que nos angustian vayan para muy largo. A comienzos del 2013 seguiremos, de existir, con más pruebas de estrés bancarios, porque, rebajada una y otra vez su solvencia por todas las agencias mundiales, quedarán sólo unas escasas instituciones a las que acudiremos como borregos a depositar el escaso dinero que pueda llegarnos de quién sabe dónde. España se ha convertido en el campo de pruebas de un sistema, el del euro, que hace aguas por todas partes, aunque mantenga su inestable equilibrio con el dólar. Tal vez porque los estadounidenses no atraviesan tampoco por su mejor momento, ni son capaces de arrastrar con su liderazgo a esta Europa envejecida. Esta cumbre que hoy finaliza –la madre de todas las cumbres– no va a resolvernos el futuro inmediato (que es el problema), como aquel simbólico hallazgo de unos millones para crecimiento. Pero ¿qué crecimiento? ¿Dónde están los mercados europeos, ya endeudados, sin una demanda interior que arrastre las economías nacionales? Alguien debiera promover un cambio radical (y no serán ni la Sra. Merkel ni el señor Obama, ambos al filo de nuevas elecciones, aunque sepamos de sus contactos telefónicos). Reestructurar la economía occidental no es tarea para dirigentes de buenas intenciones que no cuenten con energía política. No resulta fácil descubrir las intrincadas sendas que conducen a los parapetados y avarientos mercados.

Los economistas algo aprendieron de anteriores crisis, pero los políticos europeos no se atreven a llevarlo al terreno de la praxis. Confluyen, además, en este momento histórico, variables que no aparecían en crisis anteriores, como la globalización y su consecuencia, la descolocación industrial, a la búsqueda de costes mínimos y máximos beneficios. En este sentido, nada tan alejado del patriotismo como el capital inversor que ha huido de nuestro entorno en cuanto se olió que esta crisis acabaría centrándose en una potencia media, escasamente industrializada, cargada de burocracia y prejuicios de toda índole. El problema de la vivienda es la punta de un iceberg. Salimos desde hace poco tiempo –en perspectiva histórico-vital– de una dictadura centralista y pasamos a un estado autonómico democrático y garantista en un abrir y cerrar de ojos, sin purgar adecuadamente los vicios del anterior. En la Transición, fueron los alemanes, otros, quienes nos dieron el oportuno empujón. ¿A dónde nos conduce el euro? Tal vez no sea tan descabellado el dilema que distingue entre euro y europeos. Sin la moneda común habíamos sido, en otro tiempo, más felices. Pero el euro constituye nuestra imagen y fuera se nos dice que hace mucho frío. Hay europeos que se abstuvieron de formar parte del club. Nosotros ni pudimos ni convenía. Pero hay que darle de una vez la vuelta a esta tortilla española. Hasta el triunfo de «La Roja» parece algo rescatado y tristón.

 

Joaquín Marco
Escritor