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Barcelona
Ayer salió del múdulo psiquiátrico de la cárcel de Can Brians para sentarse en el juzgado a petición propia y confirmar que acabó con la vida de 11 ancianos en el geriátrico La Caritat, centro en el que trabajaba los fines de semana desde hace cinco años. Puede que, en sus propias palabras, haya acabado hasta con 12 internos, pero «las cuentas» no le acaban de «cuadrar».
Vila fue arrestado el pasado 18 de octubre acusado de la muerte de tres ancianas. Un fallo en su modus operandi le descubrió ante la Policía. Paquita Gironés, su tercera víctima en apenas 10 días, llegó al hospital moribunda y con un resquicio de vida. Los médicos detectaron que la mujer tenía quemaduras en la garganta y dieron la voz de alarma por posible envenenamiento.
El celador fue detenido pocas horas después y sólo confesó esta muerte. Dos días después, ya eran tres, acaecidas entre el 12 y el 19 de octubre. Según explicó, en todas obligó a sus víctimas a beber lejía y productos de limpieza suministrados a través de una jeringuilla.
«Me daban mucha pena»
«Hacía el bien», «me daban mucha pena», «estaba eufórico, me sentía como Dios» o «pensaba poco lo que hacía» son algunas de las frases que entonó Vila ante los agentes. El celador admitió que las mató por pena y no pudo negar que en las últimas dos semanas no había estado en sus cabales. Una mezcla de vino y de los cinco medicamentos que toma por un trastorno obsesivo compulsivo con brotes depresivos le arrastró a la espiral de muertes.
Con lo que no contaba el celador era con que el juez que instruye su caso ordenase, hace 11 días, exhumar los cadáveres de otros ocho fallecidos del centro, muertes que coincidían con los turnos del celador.
Fue entonces cuando se reunió con su abogado, Carles Monguilod, para asumir estos asesinatos. «Me sentiré mejor explicándolo», le dijo. Cumpliendo las expectativas, Vila se sentó ayer en el banquillo y confesó.
De las ocho exhumaciones, dijo que seis habían muerto por su culpa y admitió que hay dos más que corresponden a agosto y octubre de 2009, los demás son los exhumados, todos muertos este año. El celador utilizó nuevos métodos, como la sobredosis de insulina en dos muertes, o la ingesta de un cóctel de pastillas machacadas y diluidas en agua en los otros seis restantes.
«Tengo que creer que no ha cometido más asesinatos», comentó su abogado tras la declaración, aunque entiende las dudas de las familias después de que, en sucesivas confesiones, Vila haya admitido primero un crimen, luego tres y ahora once, con posibilidad de un duodécimo.
«Sólo se te mueren a ti»
Teniendo en cuenta que desde que Vila entró a trabajar en la residencia se han contabilizado 59 muertes, 27 que coincidían con los turnos de fin de semana y festivos del asesino confeso, entre internos y trabajadores la mosca ya estaba detrás de la oreja.
Una de las trabajadoras declaró ante el juez que un abuelo llegó a advertir a Vila de que «debería hacerse mirar lo que le pasaba, porque sólo se moría la gente cuando él estaba en el centro».
No obstante, y tal como han declarado sus compañeros, mostraba una especie de sentimiento de culpa por las muertes. En las últimas horas de una de sus tres víctimas del pasado octubre, Vila pidió a una compañera que se hiciera cargo de ella porque él «ya había tenido bastante» con la muerte de Sabina Masllorens, que falleció pocos días antes también envenenada por él.
Muchas de las muertes pasaron desapercebidas porque la médico del geriátrico las certificó como «naturales» desde su propia casa y sin visitar el centro.
Con todo, Vila queda pendiente ahora de un examen psiquiátrico que ha solicitado su abogado, ya que al recordar sus asesinatos, para él «crímenes compasivos» o «eutanasia», sentía como si alguien saliera de su propio cuerpo y fuera el autor de las muertes.
Ayer, con signos de arrepentimiento, repitió de nuevo ante el juez que si mató a sus víctimas, lo hizo por «amor».
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