Teatro

Nueva York

Monteverdi estrena traje

Madrid y París ponen en escena dos versiones heterodoxas de "La coronación de Poppea", la estrenada el martes en el Teatro Real con división de opiniones de un compositor contemporáneo; y la del Châtelet de París completamente reescrita en clave pop.

Monteverdi estrena traje
Monteverdi estrena trajelarazon

"No existe una partitura original. Existen dos copias que son diferentes, una en Nápoles y otra en Venecia, en las que sólo se conserva el bajo continuo y la línea de canto. Todas las producciones, incluso las que se hacen con orquestas barrocas, parten de arreglos", asegura Sylvain Cambreling, batuta favorito de Mortier. En los últimos tiempos se ha apostado por versiones historicitas que trataran de imitar el sonido de la época, la protohistoria de la ópera. Pero estos días coincidirán sobre las tablas de dos grandes teatros europeos con intenciones distintas. En Madrid, Mortier cumple con las obligaciones que se autoimpone en cada casa de ópera que dirige: programar al menos una vez este título, cuya orquestación ha encargado al compositor Philippe Boesmans, y que será interpretada por el esemble contemporáneo Klangforum Wien.

Mucho más radical es lo que ha ocurrido en el Chatelet de París: una «reescritura integral», ha asegurado el poeta Ian Burton, encargado de las letras y el guión de «Pop'pea». En esta trasposición, «el estilo musical va del rap al rithm & blues, pasando por el rock indie, el soul y el dub», añade, para lo que ha contado con el ex batería de The Clash, Pete Howard, para la dirección musical de la obra. Y no es la única celebridad que interviene: la nueva versión de esta composición del siglo XVII incluye en su reparto a artistas como la cantante de ópera Valérie Gabail interpretando a Popea, o el antiguo integrante de Libertines y Dirty Pretty Things, Carl Bârat, en el papel de Nerón.

El rompedor y nada ortodoxo Jean-Luc Choplin confiesa que cuando le llegó el encargo la primera premisa que se puso sobre la mesa fue «que tuviera libertad para improvisar. La idea principal para reescribir la partitura surgió en el dúo final de la ópera, que es una tema que rezuma verdadero amor. Pensé, entonces, que se podía aplicar a toda la obra el último aria». Peter Howard, músico que se incorporó a The Class en 1983, tras la precipitada salida de su batería. La música la firmará él: «Es un gran profesional y se ha encargado de los arreglos musicales junto a Max La Villa, además de haber formado una orquesta de rockque tocará en la ópera. Su papel ha sido decisivo, tanto en la parte musical como en la puesta en escena». dice. A ellos hay que añadir la aportación con sus videoinstalaciones de Pierrick Sorin. Con este curioso cóctel la pregunta es obligada: ¿Se ha respetado la esencia del libreto original? Respuesta: «Sí, sólo se han eliminado algunos personajes secundarios, con lo que la obra se vuelve muy moderna y el resultado no deja de ser sorprendente. Este Monteverdi del Chatelet es muy actual, de hoy, no es una copia pálida de la ópera del siglo XVII».

Boemans nos confiesa en Madrid que "cuando Mortier me pidió la primera vez, hace viente años, que hiciera la orquestación había cierta guerra entre los partidarios del Barroco y los del Neoclasicismo, ahora la situación ha cambiado". Cambreling, que dirigirá la, se ufana en repetir que "no hay cambios ni en la línea vocal ni en la armonía, solo hemos cambiado la envoltura". Nerón será esta no será una soprano ni un contralto, sino un tenor en ascenso, Charles Castronovo, que nunca se había enfrentado a este repertorio, lo mismo que su Poppea, Nadja Michael. La tesitura de contralto se ha reservado para los papeles de Ottone (William Towers) y Amor (Serge Kakudji)

En ambas versiones resalta la vigencia de la obra. Choplin asegura que son numerosas las conexiones entre el libreto original y este parido en el siglo XXI: «Hay en ambos casos libertad de expresión para los músicos, las canciones se pueden recordar inmediatamente, el texto es tremendamente teatral, tanto que se acerca a Shakespeare y se puede tratar de manera muy moderna, de ahí que temas universales como el amor, el dinero o el poder los podamos ver hoy a través de los ojos del rock», explica el director del coliseo parisino. Warlikowsky prefiere centrarlo en la dualidad entre filosofía y política: "En el siglo XX hemos tenido el ejemplo de que las dictuaduras necesitan una ideología en la que apoyarse, el fascismo, el comunismo...".

¿Por qué estas modificaciones? Preguntamos a los directores artísticos de ambos escenarios: Mortier considera que "las interpretaciones barrocas de este título corren el riesgo de que a la gente de hoy les parezca algo muy lejano, del pasado. «¡Claro que existe el riesgo, por supuesto! Pero siempre hay que atreverse a correrlo con audacia. Eso es uno de los signos que distinguen tanto a este teatro como a nuestra filosofía». Y abunda: «En la historia del arte, al cuadro de ‘'La Gioconda'' Duchamp le añadió un mostacho, y resultó divertido. En ópera, si se toca a Monteverdi se pone el grito en el cielo, es peligroso y se alzan las voces en contra que nos tachan de lo peor porque, dicen, que estamos tocando una obra sagrada. Mi idea no va por ahí: para mí no existe obra de arte, pintura o partitura de ópera lo suficientemente importante como para que nos nos podamos reírnos con ella y pasar un buen rato. ¿Por qué no con esta de Monteverdi?», se pregunta en voz alta Choplin.


Choplin, con permiso de Mortier
Caballero de las Artes y las Letras y con la Legión de Honor en su haber, Jean Luc Choplin está al frente del Teatro Châtelet desde 2004. Nada más aterrizar se marcó una línea muy definida: hacer de la ópera un caleidoscopio de todas las artes, ofrecer un enfoque contemporáneo, huir de montajes clásicos y de compartimentos estanco y rebajar la edad del público con montajes atractivos que muevan a que el espectador no abandone el patio de butacas como entró. Para ello se ha rodeado de prestigioso directores de escena y grandes nombres del mundo de las artes plásticas, como Shilpa Gupta, Pierre Sorin y Oleg Kulik, con los que trabaja regularmente. Uno de sus registas de cabecera es Emilio Sagi, quien firmó dos de los montajes más celebrados en el teatro: una versión tan divertida como colorista de «El cantor de México» (2006), con Ismael Jordi y Rossi de Palma, y un montaje al más puro estilo kitsch de «Sonrisas y lágrimas».


«Algo así no podría verse en el Metropolitan»
Y a nosotros nos asalta la duda de si un montaje de las características tendría su sitio en la nueva programación que firma Gerard Mortier en el Teatro Real. El director artístico conoce muy bien el trabajo de Choplin (de sus años al frente de la Ópera de París). De hecho, se fraguaba una colaboración entre ambos coliseos (¿sería ésta, tal vez?), que finalmente no llegó a materializarse. Sabe Mortier, nos consta, de los experimentos de su colega francés y excusa la cuestión con una antológica frase: «Se sorprendería de los clásico que puedo resultar en ocasiones. Soy un conservador moderno». Sin embargo, para el galo, el escenario del primer teatro de ópera español sería ideal para ver sobre sus tablas este Monteverdi pop. Contesta de nuevo con exclamaciones y una rotunda afirmación a la pregunta de si le gustaría verlo en Madrid: «¡Sí, por supuesto! Un montaje así permitiría llevar al teatro a un público joven que no está familiarizado con el mundo operístico y que de otra manera puede no atreverse a entrar en este tipo de santuarios y haría posible también sacarla o desvincularla de los espacios museísticos en que muchas veces permanece encerrada y abrirla de par en par a expresiones contemporáneas. Estoy pensando en las apuestas, por ejemplo, de Bob Wilson y Marina Abramovic, a quienes precisamente acaban de ver ustedes en Madrid. ¿Y en un templo sagrado como el Metropolitan le haría un hueco Peter Gelb? Tiene muy claro Choplin que la capital de España no es Nueva York: «El Met es demasiado conservador para un espectáculo como éste. Quizá en Broadway encontrase su lugar», asegura.