Gastronomía
Un trozo de Nápoles en el plato
Desde hace unos años, la capital vive una apoteosis en sus propuestas de restaurantes italianos. La oferta es cada vez mayor y las ambiciones culinarias hierven a borbotones.
Tanto es así, que este local que hoy nos ocupa presume de poseer la Q de Calidad de Ospitalità Italiana. Darío D'Errico, jefe de sala, y el chef Roberto Cristiano inauguraron Anema e Core, situado a tiro de piedra de Arenal y Ópera, hace ya cuatro años. Levanta auténticas pasiones, de ahí que se respire un ambiente divertido del que saben disfrutar Mario Vargas Llosa, Geraldine Chaplin y Fran Rivera, entre otros rostros conocidos, así como comensales anónimos que buscan saborear recetas tradicionales y callejeras napolitanas, probablemente las más genuinas de Madrid. Las mismas que Roberto aprendió al calor de los fogones de la «mamma», que salpica de un toque creativo e innovador. Platos frescos y atractivos en su sencillez, ya que el cocinero sigue a raja tabla su filosofía: cuantos menos ingredientes tenga un manjar, mejor sabe. Única manera, dice, de valorar la calidad de la materia prima que entra en la despensa: verduras que saben a campo, quesos italianos sobresalientes, carnes excelentes y pescados frescos.
Tomatitos del Vesubio
Para abrir apetito, Roberto nos sorprende con la típica pappa al pomodoro (puré de tomate) con orégano fresco, bruschetta y helado de búfala, un espectacular canelón de parmesano relleno de verduras salteadas y foie y la tradicional melanzane a funghetti, es decir, berenjenas cortadas en cuadrados fritos con tomatitos del Vesubio y stracciatella, un queso transalpino similar a la mozzarella, pero elaborado con leche de vaca, hilado con su propia nata, que merece la pena degustar, ya que Ricardo es de los pocos cocineros que lo sirven en la capital.
Entre las pastas frescas, probamos los scialatieli, poco conocidos en nuestros lares, con frutti di mare (almejas, mejillones, calamar, pulpo y gambas) y la calamarata con mejillones, crema de judías blancas y tomate, de repetir. La pizza Marinara con tomate, orégano, aceite de oliva y un pelín de ajo está que se sale, igual que la rotolone, enrollada con jamón y rúcula. Para aprovechar la temporada de atún, degustamos el manjar marino en dos texturas –una cruda y otra pasada por la sartén con sésamo espolvoreado– y tallata de atún, un lomo a la brasa con tomate y rúcula. La lombata de buey –finas láminas de carne procedente del entrecot bajo, de ahí que resulte jugoso como pocos– resultó una acertada sugerencia, tanto como la degustación de postres. Comenzó con una pastiera napolitana y siguió con la tarta caprese, preparada con gianduja, la clásica crema de chocolate del Piamonte, y la panacota con miel y tartufo. Destaca la estudiada oferta de vinos italianos y los cócteles. Tragos para descubrir.
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