Egipto
Los subsaharianos temen una ola de xenofobia en el este
A 15 kilómetros a las afueras de Bengasi, se encuentra el cinturón industrial de la ciudad, conocido como Al Sinaiyya. Aquí viven alrededor de un millar de inmigrantes de Ghana, Chad, Sudán y Etiopía, principalmente, que trabajan en las fábricas de los suburbios de la capital de la Cirenaica.
A finales de los 90, cuando Gadafi ocupó la presidencia de la Unión Africana permitió la entrada a decenas de miles de emigrantes del África negra que constituyen la mano de obra barata del régimen. La mayoría vive en condiciones precarias, sin garantías laborales y sobrevive con unos cuantos dinares que gana al día. Ahora, las fábricas han cerrado y todos están sin trabajo. «Estamos atrapados, sin poder salir de esta cloaca, y sin apenas comida», critica Abu Baker, de Sudán. Hace tres años abandonó Darfur con la esperanza de una vida mejor.
«Ahora no puedo regresar a mi país ni tampoco me quiero quedar aquí, porque tengo miedo por mi vida», lamenta este emigrante que asegura no tener nada que ver con el ejército de mercenarios financiado por el régimen, pero dice que los vecinos de Bengasi lo tratan como si fuera «un criminal».
Baker teme que se repitan los mismos violentos acontecimientos de 2007, cuando hubo una ola de xenofobia en Zauiya y Trípoli contra inmigrantes africanos en la que murieron centenares de ellos. «Quiero irme de aquí, pero tengo miedo de que los rebeldes me puedan detener en el camino hacia Egipto y me encierren como prisionero», explica otro sudanés de 23 años.
Ibrahim Buba, de 46 años, nacional de Ghana, salió de la cárcel el sábado, tras cumplir una condena de cuatro meses por «beber unos vasitos de vino» en la jornada de trabajo. Buba asegura que «no ha visto a ningún mercenario en prisión».
«¡Perro de Gadafi!»
La noche del domingo se llevó un susto de muerte: «Salí a comprar cigarrillos y al cruzar a pie por la carretera, una furgoneta se detuvo a mi lado y salió de ella un grupo de jóvenes con palos, me tiraron al suelo, me pegaron una paliza y, después, me llamaron perro de Gadafi». Muchos dicen que han pedido auxilio a sus legaciones pero «sin obtener respuesta».
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