Roma

España Italia y Juan Pablo II por Carlos ABELLA

España, Italia y Juan Pablo II; por Carlos ABELLA
España, Italia y Juan Pablo II; por Carlos ABELLAlarazon

Acabo de regresar de Roma donde he asistido a una reunión del comité de la Fondazione Roma-Mediterráneo, loable e importante iniciativa de la poderosa Fondazione Roma que preside el profesor Emmanuele de Emanuele. Allí se trató de considerar la ayuda que la Fundación podía ofrecer al desarrollo político, social, pero sobre todo cultural, de los países de la ribera sur del mediterráneo, precisamente en estos momentos en que algunos de ellos estaban felizmente cambiando sus estructuras políticas.

El primer problema planteado era considerar si Europa tenia en verdad algo que ofrecer a esa evolución política y social. Si Europa sumida actualmente en una crisis económica, política y hasta «existencial» serviría de modelo a las juventudes de esos países en transformación, cuando en tantos de nuestros países europeos nuestra juventud «se indigna» con sus gobiernos y sus estructuras sociales y económicas.

En Italia hay un gran paro juvenil, pero escaso si se le compara con mas del 40 % de nuestra juventud sin empleo y sin visos de tenerlo, al menos en un corto plazo. En ambos países se culpa al gobierno. En ambos se piden elecciones anticipadas. En ambos, los gobiernos se sostienen «mercadeando» los votos que necesita para seguir en sus poltronas. Pero hay una gran diferencia. En Italia se dice que «Il Cavalière» solicita el voto de algunos diputados con su propio peculio. La cosa es grave. Pero en España se solicitan los votos de los partidos periféricos nacionalistas con el dinero de todos los contribuyentes. La cosa es peor.

En Italia el Gobierno de Berlusconi se sostiene con la ayuda de la LEGA de Umberto Bossi, quien ahora reclama el traslado de tres ministerios a Milán, la capital de su irredenta Padania. Tampoco se oponen a ello los aliados de Berlusconi en el Sur, que querrían otros tantos para Nápoles. La cosa es grave. En España los nacionalismos periféricos radicales, por el contrario, organizan referéndums independentistas y no quieren ver ni en pintura al Gobierno central en sus zonas de dominio. La cosa es peor.

En Italia, cuando a algún obispo padano se le ocurrió bendecir las iniciativas de Bossi, el propio Juan Pablo II rápido y certero le conminó: «L'unità d Ìtalia non si tocca». Este año se celebra allí el 150 aniversario de su unidad. El país esta lleno de banderas patrias, y los slogans proclaman la «unicità d' Italia» y la «identità nazionale». Algo así aquí sería impensable.

Cuando Juan Pablo II proclamaba que «Europa será cristiana o no será» y pedía a los jóvenes europeos que «buscasen sus raíces» estaba ya preocupado por una previsible Europa sin valores, sin identidad, sin alma, que pudiera vender su espíritu por un «estado del bienestar». La crisis económica y social ha puesto a ese simple y egoísta «ideal del bienestar» en crisis. Sin empleos, sin futuro ¿qué se les puede ofrecer a los jóvenes?

Juan Pablo II decía que lo más importante para el hombre, después de su alma y su dignidad, era su trabajo. Por eso en mis tiempos ante la Santa Sede, en la presentación de mis credenciales, me dijo taxativo: «Dígale a su gobierno que lo más importante es el paro». Y así se hizo entonces.

Ahora, ante este panorama de crisis de larga duración, en nuestros países se está despertando la llamada «sociedad civil». Se buscan nuevas fórmulas. Por eso es bueno que en esta Europa desorientada y sin capacidad económica real para ayudar actualmente a las juventudes de esos países de la ribera sur del mediterráneo que se esfuerzan por alcanzar niveles de libertad, se les tienda la mano desde esa «sociedad civil», como lo hace la Fondazione Roma-Mediterráneo. Buscar ese camino, ese apoyo, es necesario si queremos ser ejemplo y ayudar a esas juventudes mediterráneas que despiertan a la democracia.


Carlos Abella
Gentilhombre de Su Santidad y embajador de España