Literatura

Estreno

Cadáveres nada exquisitos

Adolfo Fernández dirige en el Centro Dramático Nacional «Naturaleza muerta en una cuneta»

Adolfo Fernández (izda.) y Raúl Prieto, en la obra
Adolfo Fernández (izda.) y Raúl Prieto, en la obralarazon

El cadáver de una joven. Una investigación contrarreloj. Un viaje a los bajos fondos, al lumpen sin corbatas ni martinis. «Naturaleza muerta en una cuneta», un texto escrito en 2004 por el joven dramaturgo italiano Fausto Paradivino, llega al Centro Dramático Nacional con la firma de Adolfo Fernández, veterano actor y cada vez más director –es ya su décima aventura–, que aquí se reserva un papel menor para que sean Susana Abaitua, Sonia Almarcha, David Castillo, Ismael Martínez y David Prieto quienes protagonicen este «thriller» coral con camellos, prostitutas, vecinas, familiares y forenses.

Cuenta Fernández que la obra «básicamente es un thriller, pero con ese juego de autores interesantes como Camilleri, Vázquez Montalbán, Larsson o Mankell, que descubrieron que, a través del entretenimiento, de una literatuta conductista, te llevan también a un plano social». Y es que estamos ante «una argucia gramátical interesante», asegura el director: «El público entra pensando en quién lo hizo. La naturaleza está muerta, en una cuneta aparece un inspector que trata de descubrir las vidas paralelas que interferían en el personaje de la chavalita que ha muerto. Pero, de repente, Paradivino, que es un autor muy comprometido con lo social, empieza a hablar de los sujetos de riesgo, de cómo la sociedad, la Policía, el Ministerio del Interior o nuestra propia hipocresía ciudadana tratan de explicarse a sí mismos. Pensamos: si le ha pasado esto a esta chica, pon Marta del Castillo o cualquier referente que tengamos, es porque no ha estado en el lugar adecuado. Y entonces tratamos de criminalizar la inocencia».

Ambiente Hopper
La víctima era «una flor, quería vivir». Pero hay gente, sigue el actor, «que criminaliza esto para que los demás podamos dormir tranquilos». Todo transcurre en un lugar con nombres evocadores de Italia, pero sin situar en el mapa: «Estamos en cualquier ciudad pequeña del mundo, con doce homicidios al año, en la que los drogodependientes y camellos están controlados».

Fernández define su propuesta estética como «industrial», con un muro de treinta metros cuadrados como escenografía «que tiene un cierto "gadgeterismo". De ahí surgen las habitaciones, los pasillos, la comisaría, la morgue... Tiene un ambiente "hopperiano", encuadrado por la iluminación de Pedro Yagüe y los audiovisuales de Eduardo Moreno. Eso lo hace muy atractivo y frío». Aunque matiza que «resulta divertido por las circunstancias de los personajes: son unos gañanes que se arriman a la vida con un despropósito tan grande que sus circunstancias son valle-inclanescas, esperpénticas. Porque ellos lo son, como cualquiera que salga a la calle cada día con intención de "colocarse"».

ACTOR Y DIRECTOR
Reconoce Adolfo Fernández que lo social le llama la atención –antes había dirigido «19:30»–, «pero sin más, no de forma especial. El teatro siempre es político». Y ríe cuando se le pregunta si se ve más director o actor: «Estoy entre las dos cosas. Hay días que dices: ¡qué bien me lo estoy pasando! Y al siguiente te sientes un fracasado y piensas: en qué lío me he metido».