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OPINIÓN: Sueño de una tarde de domingo

La Razón
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Nuestra memoria colectiva se forma a partir de los medios de comunicación de masas. Somos una generación que ha leído, visto y oído en esos medios todos los grandes acontecimientos de esta época, ya sean políticos, culturales o sociales. Mi abuela tenía una gramola, con radio incorporada, en la España de 1936. Todas las tardes, a una hora ya convenida, la gente del pueblo se congregaba debajo del balcón de su casa. Puedo imaginar la expectación. Entonces, mi abuela sacaba la gramola, sintonizaba la radio y podía oirse, en toda la plaza demasiado blanca, la marcha de la guerra. Esa misma radio, durante los domingos de los años 40 y 50 reunía, antes del baile, a los hombres del pueblo. Imaginemos la escena: una taza de café o una copa de coñac, el puro en los labios, y la voz del locutor llenando aquel salón. Mitos, jugadas gloriosas, goles históricos, copas que se alzaban. En aquella España que, no se sabe por qué tantos pintan de gris, no sería fácil sustraerse a aquel tono épico de las retrasmisiones futbolísticas, porque entonces un partido de fútbol y la radio que lo hacía llegar eran pura leyenda, una hazaña, el sueño de una tarde de domingo. No fue distinto después: tardes enteras pegadas al transistor, mientras llovía, y los programas míticos relatando todas esas pasiones que el fútbol es capaz de crear, incluso en las reuniones familiares. Porque el fútbol, en la radio, fue siempre el fútbol del pueblo, una máquina de sueños para la gente humilde, una forma distinta de acercarse a un espectáculo y darle el brillo de la leyenda en la mesa camilla de una casa o en un campo donde jugaban nuestros hijos, lo mismo que aquel histórico 1927 con un Zaragoza-Real Madrid retransmitido por Unión Radio. ¿Se puede apagar la voz de tanta historia?