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Emery el bombero de Mestalla

Emery, el bombero de Mestalla
Emery, el bombero de Mestallalarazon

Sin erosiones

Hoy le admiro un poco más. Es un excelente entrenador. El vasco es el único que ha dejado sensaciones de saber parar a la máquina catalana.

Viendo ayer muy temprano a los Pumas en el Mundial de rugby (que a pesar de jugar mal le echaron arrojo a lo único que podían hacer para no irse a casa frente a una Escocia superior), y observando cómo Manzano no supo reaccionar a la apisonadora blaugrana que pasó por encima de mi Atleti como un vendaval el sábado por la noche, hoy admiro un poco más a Emery. Es verdad que es un poco chocante. Es cierto que, a veces, es cargante. Es comprobable su teatralidad, su gesto exagerado, su histrionismo cercano al de Jim Carrey. Pero es un excelente entrenador. No hay más que repasar el partido que el Valencia hizo hace unos días contra ese Barça imparable para percatarse de que el vasco es el único que ha dejado sensaciones de saber parar a la máquina catalana. Y lo ha conseguido, lo de plantarle cara, en los tres últimos enfrentamientos, tanto en casa como en el Camp Nou. Unai Emery ha vivido en el abismo en Mestalla, un campo correoso y sumamente corrosivo, pero nada ha podido con su trabajo y su capacidad para preparar a conciencia cada choque.
Ahí está el campeonato alternativo del año pasado (ya saben que el tercero es el líder de esta parte de la galaxia), y ahí está la recuperación anímica y táctica del equipo a pesar de haber perdido a sus máximas estrellas en los últimos tiempos.
Se fueron Villa y Mata, se quedó un delantero algo tramposo con aspiraciones a ser lo que su talento no le deja ser, y se hizo con el mando un centrocampista con tendencia a la pizza Cuatro Estaciones. Con todo ello puede Emery. Bravo.

María José Navarro

Piensa en pequeño

Lo de ser tan majos, tan educados y tan impecables me parece un pasote. No es justo que por ahí vayan a creerse que somos todos así.

Yo siempre fui de Unai Emery hasta que empezó a hacer cosas raras en Mestalla. Javi Casquero, ese pedazo de centrocampista al que jugar en el Getafe ha privado de ser internacional, me lo vendía para el Sevilla: «Cuando éramos los dos jugadores del Toledo, ya iba un paso por delante de los otros veintiuno. Va a ser un gran entrenador». Emery hacía milagros con el Lorca y en el Sánchez Pizjuán sondeaban el mercado en busca del sustituto de Caparrós. El ascenso y posterior permanencia del Almería convirtió a la promesa en realidad, pero su salto al Valencia nos ha confirmado que también en los banquillos rige el principio de Peter, ya saben, ése que dice que todo trabajador asciende siempre hasta el escalón superior de su competencia. Su sitio está en un club que luche por la permanencia.
Leemos en el Quijote que «un hombre no es mayor que otro hasta que no hace cosas mayores». De modo que el entrenador del Valencia jamás alcanzará la grandeza en virtud del cargo que ocupa sino en relación con sus logros. El cardenalato imprimirá carácter; un contrato con Llorente, no. Ocupa, a la vista de todos está, la silla en la que se sentaron Di Stéfano o Benítez, pero hace que su equipo juegue como si de los contendientes de un derbi Sestao-Eibar se tratase. La pequeñez de sus planteamientos le podrá llevar a ganar algunas, e incluso muchas batallas, pero no conocerá la gloria, que jamás abre sus puertas a los cortos de miras. Él sabe que la fase ascendente de su carrera se ha cumplido, así que se comporta con la prudencia de los conservadores. Tiene miedo a perder su estatus: lo acabará perdiendo.

Lucas Haurie