India

«Steve jobs»: «No tienes ni idea de lo que supone ser yo»

Era tan irritable como exigente. Vivía en la contradicción de querer ser un «pirata» y acumular dinero en el sistema. Ha sido el último gran genio

Steve Jobs, en su casa de Cupertino, en 1982
Steve Jobs, en su casa de Cupertino, en 1982larazon

Steve Jobs era un genio, el hombre que sólo por su visión, por vivir adelantado a su tiempo, se reencontró con los consumidores sin necesidad de estudios de mercados. Pero a los genios hay que comprenderlos o descubrir a tiempo que son especiales, porque si no lo único que se va a contar de tu biografía es aquella vez que le dijiste que no. Lo cuenta Nola Bushnell, en la biografía de Steve Jobs que ha escrito Walter Isaccson. El genio de Apple fue a pedirle financiación cuando todavía no era nadie, sólo un hombre con ideas brillantes y un futuro prodigioso. «Yo fui listísimo y dije que no. Ahora hasta me resulta divertido hablar de ello, cuando no estoy ocupado llorando».

No todos comprendieron a Steve Jobs y, sobre todo, no todos le soportaron. El creador de los Macs, el iPod, el iPhone y el iPad era un hombre que sufría «distorsión de la realidad», convencido de que se podían hacer cosas imposibles en un tiempo mínimo y eso es lo que exigía a sus trabajadores. Ellos pasaban horas sin dormir para cumplir con sus exigencias, pero no era un hombre que se diera por satisfecho. Sabía que la presentación y la facilidad de uso de sus productos eran claves del éxito y eso se convirtió en una obsesión que los demás sufrían y soportaban pensando que trabajaban en algo único.

Cuando algo no salía como él pensaba, no era capaz de callarse. Gritaba, humillaba o, si se sentía ofendido, lloraba públicamente, sin ningún tipo de pudor y también sin ningún tipo de respeto hacia la persona que tuviera delante. Sólo quienes tenían mayor confianza eran capaces de llevárselo para intentar calmarlo. En sus empresas se daban premios al empleado que mejor soportase un berrinche del jefe.

En los peores tiempos de Apple, en 1984, cuando las ventas de Macintosh, pese al entusiasmo inicial, no eran como se presuponía, Jobs, siempre consciente de que el espectáculo era parte esencial de las ventas, repitió una gira de entrevistas individuales con la Prensa. Estaba más irritable que de costumbre. Andy Cunningham se encargaba de la escena, de que la habitación del hotel Carlyle de Nueva York estuviese perfecta, con su piano y las flores. Uno no estaba en el lugar que debía y las flores, las fundamentales flores, no eran calas. Eso suponía un grave error. Cuando Andy consiguió las calas que Jobs pedía, éste empezó a quejarse del traje que llevaba. Iban a contrarreloj y el genio presentaba su peor versión. Cunningham le pidió que se tranquilizase: «Sé cómo te sientes», le dijo. «No tienes ni puta idea de cómo me siento–replicó él–, ni puta idea de lo que supone ser yo».

Tan difícil debió de ser trabajar con él, como ser él mismo. Incluso ahora, su amigo durante tantos años, el confundador de Apple, Steve Wozniak, aún no está seguro de si Jobs no le pagó todo lo que le debía de la prima por un trabajo rápido y bien hecho en Atari.

El genio de Apple quería que se reconociese su éxito y tener libertad para desarrollar sus planes. No podía admitir que nadie estuviese por encima. Lo hizo con Disney, cuando la película «Toy Story» le permitió negociar con ventaja su acuerdo con Pixar y lo hizo también en uno de los primeros organigramas de una incipiente Apple. Como no pudo ser el número uno, pidió tener el número cero. Y eso ponía en su tarjeta de identificación.

Durante su éxito profesional Jobs se debatió entre su espíritu libertario, esa especial espiritualidad, adquirida en sus viajes a la India, que le pedía ir a la contra y no respetar las normas establecidas; y el estatus y el dinero que fue adquiriendo según tenía éxito con Apple primero, con Pixar después y finalmente, otra vez, la explosión definitiva, el paso a la posteridad con Apple. Steve Jobs era el hombre que vestía en vaqueros y zapatillas y que no quería una plaza de garaje por su condición de jefe, pero que consideraba bastante lógico aparcar el coche en el espacio reservado para los minusválidos.

Incluso, cuando exigía un imposible, algunos de sus empleados más atrevidos le ocultaban que se movían por detrás de él, buscando otro modo de hacerlo. Si tenían éxito, Jobs no se lo reprochaba. Era un personaje indescifrable, pero sus trabajadores no podían sentirse engañados. En las entrevistas de trabajo, en vez de preguntar por las aptitudes, su curiosidad iba encaminada a otros asuntos: «¿Cuándo perdiste la virginidad?, ¿has consumido LSD?».

Fue un hombre atormentado por el hecho de ser abandonado por sus padres biológicos y que amó profundamente a sus padres adoptivos. Y pese a que ese abandono influyó en su personalidad, pese a que sus padres le hicieron saber que era «abandonado, elegido y especial», él repitió el episodio con su primera hija.

Anécdotas
- Título del libro: «Steve Jobs».
- Autor: Walter Isaacson.
- Edita: Debate.
- Sinopsis: No va a haber otro Steve Jobs. Revolucionó el mundo de la tecnología y, por tanto, el mundo actual. Muchos le ven como uno de los hombres clave de la humanidad. Isaacson ha escrito una biografía completa en la que muestra las dos caras del genio. Un hombre exigente consigo mismo y con los demás, hasta resultar detestable. Su vida está llena de anécdotas:
- Cuando trabajó en Atari le pasaron al turno de noche por su mal olor.
- No consumía ningún tipo de alimento animal. La empresa es una manzana porque era la fruta que más le gustaba.
- Tenía más de 100 Levi's, pues los adoptó, junto a su jersey de cuello alto, como su uniforme oficial. Le daban un aire desenfadado.