Literatura

París

Houellebecq misión cumplida

El premio Goncourt se le había escapado tres veces de las manos al heterodoxo escritor, que ayer lo logró, por fin, gracias a su novela «El mapa y el territorio», que publicará Anagrama en España

El novelista, junto a Semprún, en el restaurante Drouant, donde se concede el galardón
El novelista, junto a Semprún, en el restaurante Drouant, donde se concede el galardónlarazon

La espera ha sido larga, diez años, pero ahora ya es misión cumplida. Michel Houellebecq ya tiene su ansiado Goncourt en el bolsillo. Y el pasaporte a ese exclusivo olimpo se lo ha dado su última novela, «La Carte et le territoire» («El mapa y el territorio») publicada por la editorial Flammarion (y en España lo hará Anagrama), que por fin consagra a uno de sus autores después de tres décadas ignorada por el prestigioso premio. El misterio quedó rápidamente resuelto en una deliberación exprés. Poco más de un minuto y veinte segundos para proclamar al vencedor que se impuso en una sola vuelta a sus rivales, Matthias Enard, Maylis de Kerangak, y por un total de siete votos a dos, a la no menos sulfúrica, Virginie Despentes, que se conformó con el premio Renaudot por su relato «Apocalypse bébé» (editorial Grasset ). Pero precisamente, por esperada, la noticia adoleció ayer de emoción. Hasta sus más enérgicos detractores hacía meses que le daban, casi resignadamente, como ganador.

A la cuarta

En junio, arreciaban ya los pronósticos, la crítica lo ensalzaba este verano y en septiembre su éxito en las librerías confirmaba los augurios. Por eso, ayer, la verdadera sorpresa hubiera sido no conseguirlo. Sumar un nuevo desaire por parte del jurado. Que el más prestigioso galardón de las letras francesas se le escapara una vez más de las manos tras haberlo acariciado en tres intentos, pero sobre todo después de haber pergeñado un libro a medida del célebre premio. Por primera vez, reúne los criterios para seducir a ese exigente tribunal al que el mismo Houellebecq en un arranque de despecho, propio del mal perdedor, acusó en 1998 de estar «pagado». Sus «Partículas elementales» le habían colocado en la final pero la escritora Paule Constant, que tampoco salió ilesa de la andanada verbal, le desbancó en el último momento. «Su libro es mediocre, no es que sea antipático pero está malogrado», dijo entonces el provocador autor antes de pedir disculpas. Tardías, sin duda.

Agua pasada para el «enfant terrible» de la literatura gala que ayer, acodado a una mesa del célebre restaurante Drouant, donde cada año se otorga el más importante de los galardones literarios galos, y abrumado por el acoso mediático, se confesaba «profundamente feliz». No tanto por la dotación económica –y simbólica– del Goncourt, un cheque de diez euros, sino porque supone la consagración de todo escritor y una magnífica publicidad. Tanto que las ventas de su libro, que ya superan los 150.000 ejemplares, podrían duplicarse y hasta triplicarse. «Hay mucha gente que sólo conoce la literatura contemporánea a través del Goncourt y para quienes la literatura no está entre sus preocupaciones. Por eso es interesante», afirmó Houellebecq, que espera con este premio que calificó de «necesario en mi vida», incitar a la lectura. Una pasión que dice practicar ininterrumpidamente, desde los seis años.

Miserias sexuales, adiós

De los novelistas galos actuales, es el más internacionalmente conocido. Sus novelas se traducen a más de veinte idiomas, se publican en cuarenta países, y sus polémicas, como cuando declaró en 2001 que «el islam es la religión más estúpida», las más mediáticas. Pero Houellebecq, a sus 54 años, ha decidido calmarse y relajar el tono con un relato de factura más clásica y, por ende, más apto a ser premiado. De lado ha dejado las miserias sexuales y afectivas del hombre contemporáneo, descritas con impúdica crudeza, y la terrible soledad humana, para reflexionar sobre la sociedad cibernética de este tercer milenio. Sobre sus angustias y sus sueños, sobre el turismo de masa y los «reality», a través del arte contemporáneo. Pero sin prescindir de su peculiar mordacidad. El libro se abre comparando a Damien Hirst, «en cuyo rostro hay algo de sanguíneo y pesado» con «un banal fan del Arsenal» y el aspecto de Jeff Koons con el de «un vendedor de Chevrolet». Houellebecq proclama en este libro la muerte del arte y como personaje escenifica su propio entierro. Y todo con un brillante estilo según la crítica. «Es quizá la más fácil de leer de todas mis novelas, aunque también, la más complicada de construir», aseguró.