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La luna y su lucero por Antonio PÉREZ HENARES
Dos noches he visto encenderse las estrellas y dos amaneceres las he visto apagarse. Solo, en medio de los bosques, he despedido el crepúsculo y he saludado la llegada del alba. De lo que de allí he traído os ofrezco este retazo.Vi ponerse el sol desde el viso del Tallar, en los montes chatos de la Alcarria Alta. Ante mis ojos los robledales de Hanarejos, más allá el Henares, delatado por la serpiente verdosa de sus choperas, llanuras alomadas luego, ocres de tierra labrada y rubias pajizas del cereal maduro y cosechado. Vi ponerse el sol, cayendo tras el Ocejón el pico que preside la sierra azul que fue el horizonte de mi infancia, que ahora llaman Negra o Norte y que mi abuelo siempre nombró como de Ayllón.
Se puso el sol y tras la montaña quedó un rescoldo que mantuvo largamente la luz sobre el espacio, como negándose a despedirse de la tierra. Apareció pronto, mediana, la luna y la acompañó un lucero, que tal vez fuera Venus.
Sobre la canal de la fuente del Piojo, donde abrevan las ovejas del único rebaño que aún queda y donde acuden recelosos los corzos, flotó una sombra silenciosa. Dio una pasada sobre la quieta lamina de agua e hizo temblar en ella el reflejo de la luna. Volvió a pasar el chotacabras y sin posarse y sin ruido, donde tanto aletazo de torcaz, rasgados vuelos de tórtola, griterío de mirlos y revuelo de pájaros había habido, bebió él también con la levedad de un roce del aire en el agua. Y de nuevo sólo se estremeció con su caricia la luna que se estaba mirando en la fuente.Tardaron en salir las estrellas, pero al fin en el azul ya oscurecido, acabaron por asomarse en tímidos parpadeos que a poco y en mayor negrura fueron ya ojos brillantes de arrebatadores brillos. Entre las ramas de la encina jugaron toda la noche la luna y su lucero. Que tal vez fuera Venus, porque uno quizás quiso que lo fuera.
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