El Cairo

Pierde la revolución por Cástor Díaz Barrado

La Razón
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La solución final de las revueltas que tuvieron lugar en Egipto y que, sin duda, representaron la expresión más significativa de la denominada «primavera árabe» aún está por ver y lo cierto es que se está haciendo, cada vez, más compleja. Todo hace pensar que quienes asistían un día y otro a la plaza Tahrir y quienes manifestaban, así, su descontento con el régimen de Hosni Mubarak y la situación que reinaba en el país del Nilo no tenían un proyecto común ni ideas comunes, más allá de las lógicas discrepancias que siempre hay en toda manifestación de este tipo. El desarrollo ulterior de los acontecimientos está poniendo de relieve que los partidarios de un sistema democrático a lo occidental, con las especifidades propias de Egipto, no han tenido ningún éxito en sus pretensiones y sólo una muy benévola interpretación de la significativa abstención en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales haría pensar que se ocultan bajo el lema de la «no participación». El Egipto que se dibuja es bastante complejo, aunque oscila entre las posiciones islamistas de los Hermanos Musulmanes y quienes, de un modo u otro, representan la continuidad de Mubarak. Todos, es verdad, asumen posiciones más moderadas y actúan sin desvelar aún si van a sostener o no la existencia de un Estado democrático y constitucional con respeto a las minorías religiosas. La decisión de anular la elecciones legislativas y la asunción de mayor poder por parte del Ejército, incluso limitando los poderes presidenciales, revelan la desconfianza de quienes tradicionalmente han ejercido el poder en Egipto, sobre todo al ascenso y al eventual triunfo de los islamistas. Egipto, con una sociedad sometida durante años por gobiernos autoritarios, se encuentra hoy con una sociedad divida y desilusionada. No parece que las esencias de la democracia y el Estado de Derecho pasen a formar parte, en breve, de la vida cotidiana de los egipcios. Quienes, hace tan poco tiempo, contemplábamos, desde Occidente, las masivas manifestaciones en la Plaza de la Liberación no podríamos imaginar que el futuro de Egipto se debatiese entre dos opciones que, de un modo u otro, no representan los valores de la democaracia, tal y como nosotros los entendemos. Sin embargo, una vez se desvele el enigma no sólo de las elecciones presidenciales sino, sobre todo, de los equilibrios de poder, estaremos obligados a entendernos con aquellos que representen a Egipto en la sociedad internacional. No podemos esperar tener como interlocutores a los representantes de quienes se manifestaban en la calles de El Cairo y proclaman la necesidad de un Estado plenamente civil y democrático.