España

El Papa y la Constitución

El pueblo español posee el derecho fundamental a que el hecho religioso tenga presencia en la vida pública y en las instituciones 

El Papa y la Constitución
El Papa y la Constituciónlarazon

Un Papa ha venido a vernos, en momentos política, social y económicamente difíciles, cuando la memoria se agudiza y nos permite fijarlo todo, momentos en los cuales la presencia y el aliento de un hombre de Fe y de Esperanza contribuyen a la solución de los problemas.

Un Papa que representa la necesidad de cooperación entre el Estado y las diversas religiones, las cuales constituyen la forma más alta a través de la cual puede manifestarse la espiritualidad humana, y que son el modo en que expresamos la esperanza y la confianza que depositamos en nuestros semejantes. Un Papa que proclama la tolerancia, que es una actitud intelectual imprescindible para la paz social, actitud que ha hecho decir a nuestro Tribunal Constitucional que España no es confesional para que de ese modo se pueda asegurar la convivencia pacífica entre las diversas convicciones (Sentencia 177/96).

Un Papa que proclama la dignidad de todos los seres humanos, principio básico en nuestro sistema jurídico, hasta el punto de que nuestro Tribunal Supremo sostiene que la autoestima y el respeto ajeno forman parte de la integridad moral de una persona (Sentencia de 2-11-04). Un Papa que proclama consecuentemente la necesidad de proteger la vida humana desde el primer instante de la concepción, idea que siempre ha sostenido nuestra doctrina (Sentencia del Tribunal Supremo de 23-10-96), y que representa la común convicción de la mayoría de los españoles, que siempre han manifestado un gran respeto por la vida, derecho básico sobre el que se apoyan todos los demás derechos.

Un Papa que ha sido recibido en las calles de nuestras ciudades con la cordialidad y la alegría propias del pueblo español, un pueblo que posee el derecho fundamental a que el hecho religioso tenga presencia en la vida pública y en las instituciones, sin imponer nada pero sin renunciar a nada, teniendo el Estado el deber de asegurar que la Religión no sea jamás recluida al ámbito privado, porque tal limitación sería manifiestamente contraria a lo previsto en el artículo 16 de la Constitución. Un Papa que con análoga cordialidad se acerca y estrecha la mano de los representantes de otras religiones, para así dar cumplimiento al deseo universal proclamado en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, que establece la obligación de todas las naciones de promover la comprensión mutua entre todas las creencias.

Un Papa que ha sido recibido por el Rey, al que corresponde representar a todos los españoles al más alto nivel, como proclama la Constitución en su artículo 56, un Rey que le ha acompañado en todo momento, como es propio tanto de la condición de Jefe de Estado del ilustre visitante, como de la relevancia espiritual y moral de la presencia en nuestra tierra de tan destacada persona. Un Papa que expresa sus ideas en los diversos idiomas de los españoles, los cuales deben recibir, como proclama la Constitución en su Preámbulo, juntamente con las demás formas de cultura y tradiciones de España, una especial protección y promoción.

Un Papa que se dirige especialmente a la juventud, defendiendo su derecho a recibir la protección de una familia y de toda la sociedad, que es el mismo propósito que asume la Constitución en su artículo 39, cuando proclama que los poderes públicos aseguran la protección de los hijos, y que los niños gozarán de la protección prevista en los Tratados Internacionales que velan por sus derechos. Un Papa que representa a una Religión que integra a mujeres y hombres de todas las naciones, sin discriminación alguna entre ellos por razones de raza o de condición económica o social, haciendo efectiva así la promoción de la igualdad entre todas las personas, que es también el deseo que propugna el artículo 14 de nuestra Carta Magna.

Un Papa que dialoga con las autoridades civiles de España, de modo que la leal cooperación que debe existir entre el Estado y la Iglesia, lealtad que expresamente reclama nuestra Constitución, pueda seguir siendo una esperanzadora realidad, para dar así cumplimiento al deseo de los españoles de construir una sociedad democrática que colabore en el fortalecimiento de una eficaz cooperación entre todos los pueblos.
 

*Fiscal del Tribunal Supremo