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Los nobles del rey

La Razón
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La nobleza ejerce una curiosa fascinación, incluso en los países republicanos. Hace años me divirtió mucho la anécdota de una multimillonaria estadounidense, dueña de mataderos en Chicago, que consiguió el sueño de tener un título pontificio. La estirada nobleza británica lustró sus empobrecidos blasones con matrimonios con ricas herederas estadounidenses. El duque de Marlborough, tio de Winston Churchill, lo hizo con Consuelo Vanderbilt. La ilusión de ser noble ha acompañado a los ambiciosos desde la Edad Media, cuando los títulos adquirieron su carácter moderno y hereditario. Me divierten las comedias sobre reyes de países imaginarios y cortesanos ridículos. El otro día volví a ver «El Cisne», que no es la mejor película de Sir Alec Guiness. Hoy ser noble nada tiene que ver con el pasado. Es mucho más objetivo y plural e incluso más noble. Don Juan Carlos ha estado muy acertado en sus elecciones, aunque hay muchos que sueñan con esa gracia. Me llama la atención que casi siempre hace marqueses.