Nueva York
La pintora que no conservó sus obras
La muerte de Leonora Carrington escenifica la desa-parición del surrealismo histórico. Fue la hija rebelde de un acaudalado magnate textil inglés. Tuvo su baile de presentación en sociedad en el Ritz londinense y fue recibida por Jorge V.
Estudió arte en la Chelsea School of Art. En 1936, durante la Exposición Internacional Surrealista de Londres, quedó fascinada por la obra de Max Ernst. Lo conoció en 1937 y se fugaron a París. La pareja frecuentó el Café Les Deux Magots, donde Leonora conocerá a Duchamp, Man Ray, Miró y André Breton. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, Max Ernst es detenido por alemán. El poeta Paul Éluard intercede y la pareja se instala en la Provenza, donde se dedica a escribir y a pintar. En 1938, Leonora había publicado el primero de sus numerosos libros de relatos, «La casa del miedo».
Los alemanes vuelven a encarcelar a Ernst y ella huye a Madrid. En la embajada británica sufrirá un ataque de nervios. A punto de enloquecer a base de Cardiaza aparece una niñera de la familia que la devuelve a Inglaterra. En Lisboa consigue huir y se casa con un diplomático mexicano, Renato Leduc, al que había conocido en París a través de Picasso. Se instala en Nueva York donde reencontrará a Ernst, rescatado de los nazis por su nueva pareja, la acaudalada coleccionista Peggy Guggenheim. Por supuesto, su respetable familia inglesa ya no quiere saber nada más de ella. En 1947, su mecenas, el extravagante inglés Edward James, le organiza una exposición en la galería Pierre Matisse, de Nueva York. Finalmente, se instala en Ciudad de México, donde se reencuentra con amigos surrealistas de París, como Benjamin Peret o la pintora gerundense Remedios Varo.
La obra de Carrington está pobremente representada en museos y colecciones públicas. Su mundo onírico de aves nocturnas, máscaras, casas misteriosas, animales semihumanos y mujeres –casi no aparecen hombres– cuelga en paredes privadas. Por razones económicas, Carrington no conservaba ninguna de sus obras, aunque, irónicamente, poco antes de su muerte, Christie's subastó «La gigante» por un millón y medio de dólares. Como a muchos otros artistas, el reconocimiento le llega tarde. Suerte que su obra es perenne.
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