Comunidad de Madrid

Miré los muros de la patria mía

La Razón
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...Si un día fuertes, hoy desmoronados. Es increíble que los versos de Quevedo sean hoy, casi cuatro siglos y medio después, tan actuales. Y es que el Gobierno de Zapatero ha perdido el rumbo y, como afirmó el pasado lunes en LA RAZÓN la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, «las reformas imprescindibles ya no las puede hacer este Gobierno». Y es verdad. A pesar de que en los últimos meses Zapatero se ha centrado en llevar adelante los cambios que la Unión Europea le ha exigido para evitar una intervención sobre nuestra economía, la verdad es que el tiempo perdido por el actual Gobierno ha puesto a nuestro país al borde del precipicio. La credibilidad es algo que se pierde en minutos y no se recupera en meses, incluso en años. Si en las primeras semanas de 2008 el presidente no hubiera tenido los ojos puestos en su interés y en el de su partido y hubiera comparecido ante la opinión pública presentando la verdad de los hechos, posiblemente hoy no estaríamos contando el tiempo perdido que le va a pasar al PSOE una factura electoral enorme y que los ciudadanos ya hemos pagado en euros contantes y sonantes. ZP se encuentra hoy en busca del tiempo perdido sin darse cuenta de que es imposible retroceder para arreglar aquello que hace más de dos años se rompió. El Gobierno, haga lo que haga, incluidas las cosas que haga bien, es ya incapaz de recuperar el pulso de la calle, que se siente, no sólo defraudada, sino agredida por él. Con Rubalcaba desaparecido en combate gracias a su mala salud de hierro, Zapatero afronta la soledad de un corredor de fondo sin fondo, que no sabe hacia dónde dirigir la vista sin que se encuentre con los boquetes que la frivolidad de sus políticas han dejado en los muros de la patria mía y, hasta donde creíamos algunos ingenuos, patria suya. El ciclo se agota y todos los augurios aventuran un descalabro socialista monumental. De nada sirve que José Blanco intente aparecer como el guardián de un secreto en el que no cree ni él. El número dos del PSOE, que ha intentado que su partido remontara el vuelo a pesar del plomo que ha acumulado en las alas en los dos años y medio últimos, no va a tener más remedio que convertirse en el albacea de una herencia imposible. Blanco, que es un buen político y una buena persona a pesar de las cosas que dice en los mítines de los fines de semana, va a tener el amargo deber final de replegar las tropas y llevarlas al campamento de invierto tras el batacazo electoral inevitable. Inevitable no porque lo digan las encuestas, sino porque el latido de la calle hacía tiempo que no era tan perceptible. Los socialistas, que en tantas ocasiones han apelado a las vísceras de los ciudadanos para reclamar su voto, saben hoy que esas vísceras se han vuelto contra ellos. Y es que quien a hierro –tripas en este caso– mata, termina muriendo a hierro, o sea a tripas. Se ha abusado tanto de la manipulación de los sentimientos que al final esa estrategia será el boomerang que acabe con esta segunda y poco fructífera era socialista.