Presentación

Hablar de lo cursi por Francisco Nieva

La Razón
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Es curioso lo que sucede con algunos adjetivos, y es que se desgastan con el tiempo, aunque lo lamentemos porque, en principio, eran muy afortunados y gráficos. Por ejemplo, el adjetivo «cursi», se ha vuelto cursi. Yo me cuido mucho de aplicarlo a lo que, en efecto, así me parece. Y entonces, para ser más cauto y menos tajante, empleo en su lugar una palabra más cursi todavía y, además, extranjera: el adjetivo «kitsch».

¿Por qué caigo en esta aberración, siendo académico de la lengua? Para mí, el problema tiene «su miga». El adjetivo «cursi» es una palabra señorita y clasista, muy siglo XIX, que emanaba de un estrato social cuto y elevado, que así definía a la persona que pretendía ser fina y elegante sin serlo. Pero el término es ahora tan difícil de aplicar como los de «buen o mal gusto». Lo que preciso demostrar no es que yo sea fino y elegante, sino que no soy cursi ni estoy anticuado.

Porque lo que sucede con estos términos es que el mundo y la cultura han evolucionado de un modo sorprendente y paradójico. Tal ha sido el trastorno de valores que lo cursi y el mal gusto se han vuelto finos, elegantes. Hollywood sabe muy bien cuánto se gana explotando lo cursi y lo kitsch hasta la extenuación. Señal de que lo cursi y el mal gusto son ya casi universales. No se emplean con comodidad estos términos para no ofender a tanta gente que, además, esta muy orgullosa de tener mal gusto y ser cursi a rabiar. Porque todo ello les permite habitar edificios cursis, participar en grandes cruceros cursis y en festivales internacionales cursis y de un mal gusto rechinante. Con grandes estrellas cursis cuyo mal gusto se pone de moda. Y al ponerse de moda ya no es de mal gusto ni es cursi para una mayoría.

Cursi me resultaba el público soviético del teatro Bolshoi de Moscú en tiempos de Kruchev, pero bien me cuidé de no emplear el término ante fervientes comunistas. Las masas tienen todo el derecho a pretender ser finas y elegantes, y se levanta una barrera indeseable entre lo vulgar y lo minoritario selecto; se desearía una conciliación, aunque en provecho de la masa. Tanto derecho tiene usted a ser culto y refinado como una multitud a ser cursi y tener mal gusto, con plena libertad de expresión.

En la vida cultural madrileña hay mucho de lo que el diccionario define como cursi –y yo le llamo «kitsch», como pasado de moda «que está de moda»– de parecer fino y elegante sin serlo. Pero, en este caso, con el más público desenfado, con exhibicionismo narcisista, seguros de que son ellos los que «dan la nota y marcan el tono».

 

Francisco Nieva
de la Real Academia Española