Margaret Thatcher
El tirano de las mil caras por Alberto Carnero
Los caprichos y las exóticas obsesiones de Gadafi no pudieron ocultar el abuso de 40 años en el poder
La muerte de Gadafi cierra una época para Libia. El exótico dirigente –últimamente desaparecido_ ha sido uno de los dictadores más veteranos del mundo. Llegó al poder en 1969, tras derrocar en un golpe incruento al rey Idris. El monarca había dirigido un estado creado en 1951 con la unificación de tres provincias que no tenían ninguna conciencia de formar una unidad: Tripolitania en el oeste, Cirenaica en el este y la casi despoblada Fazan.
La monarquía no dejó una verdadera nación libia ni creó un estado fuerte. Gadafi, ante ese cuasi vacío, asumió el poder imbuido de la ideología panarabista y socializante de su entonces admirado Gamal Abdel Nasser.
Su particular estilo de ejercer el poder no dejó lugar a la menor tolerancia para los disidentes. La oposición política fue laminada a lo largo de los años. La Libia de Gadafi, la Yamahiriya o república del pueblo según el peculiar Libro Verde del líder, era uno de los regímenes más represores y policiales del mundo. A lo largo de los años, la política exterior de Libia fue dando bandazos de acuerdo con los caprichos y obsesiones del único hombre que mandaba en el país, el coronel de los mil uniformes.
El panarabismo le obsesionó una época. Libia se fusionó y se separó con otros países, siguiendo el enloquecido afán de su líder por conseguir la unidad árabe. Lo hizo con Egipto y Sudán en 1969; con Egipto y Siria (su socio fue el padre del actual carnicero de Damasco) en 1971. Otra vez con Egipto en 1972; con Argelia al año siguiente; con Túnez en 1974 y con el Chad en 1981. La unión con Marruecos llegó en 1984 y fue recibida por el entonces presidente del gobierno de España con la alambicada e irresponsable expresión «constato que no me afecta».
Gadafi sí afectó, y mucho, a la seguridad internacional en los años setenta y ochenta. Apoyó a diversos grupos terroristas y patrocinó sangrientos atentados con decenas de víctimas. La firmeza de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, primero, y las sanciones internacionales contra el régimen, después, doblegaron su voluntad. Terminó indemnizando a los familiares de las víctimas. Frenó su intervencionismo militar en países africanos e impulsó la Unión Africana invirtiendo millones de dólares. Gadafi quería dejar de ser un paria internacional. La reacción americana ante el 11 de septiembre y la caída de otro tirano, Sadam Hussein, le hicieron reflexionar aún más.
Renunció incluso a sus programas de armas de destrucción masiva. Poco a poco fue reintegrado en la comunidad internacional. Pero no supo ver la profundidad de las revueltas en los países árabes. Gadafi estaba dispuesto a renunciar a muchas cosas, pero no a su poder omnímodo.
Ayer acabó su huida. La Libia de Gadafi es ya historia. Pero el futuro no será fácil para ese país. No hay un verdadero Estado. Superar una guerra civil es siempre traumático y lento. Los islamistas van a intentar jugar sus cartas en Libia. Bashar al-Asad estará meditando sobre su futuro. Todo esto afecta, y mucho, a Occidente y a los españoles en particular.
Entre la jaima y el atentado de Lockerbie
El histrionismo del coronel Gadafi acaparaba portadas y titulares. Sus visitas a países europeos con su jaima, los camellos y las 30 vírgenes entretenían pero no podían ocultar el pasado del tirano libio. En 2003 admitió su responsabilidad en el atentado de Lockerbie y consiguió el perdón de la comunidad internacional que, sin embargo, no pudo olvidar el rastro de muerte tras el ataque que costó la vida a 258 personas que viajaban en el avión que se estrelló en aquel pueblo escocés.
Alberto CARNERO
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