Asia

Tokio

Japón también llora

Un devastador terremoto ha mostrado al mundo un país con un gran control de su dolor y atrapado en la terrible experiencia nuclear de Hiroshima y Nagasaki. Ahora, no quiere que el pasado vuelva. 

Japón también llora
Japón también lloralarazon

Una llanura de escombros, cadáveres deformados y hierros retorcidos, en la que se mantienen en pie, aunque quebrados, unos cuantos edificios dispersos. La imagen es casi idéntica: Hiroshima en agosto de 1945 y las ciudades del noreste, arrasadas por el tsunami, el pasado viernes. Los dos momentos más trágicos de la historia del país del Sol Naciente guardan un inquietante parecido.

En el museo del Memorial de la Paz de Hiroshima, a pocos metros de donde se probaron por primera vez los efectos devastadores de las armas nucleares, una maqueta reconstruye cómo quedó la ciudad. «Esto es igual a lo que sale en la televisión estos días», medita Mitsu, un adolescente de Tokio a quien su familia envió al sur para alejarse lo más posible del peligro atómico. Paradójicamente, la «ciudad símbolo» del horror nuclear es hoy una de las más seguras de Japón, lo suficientemente alejada de los reactores humeantes de Fukushima como para que los riesgos de que lleguen radiaciones letales sean mínimos.

Por las pulcras avenidas de la ciudad, en una mañana luminosa y fría, grupos de japoneses que huyeron de Tokio y otras ciudades situadas al norte, pasean por la «zona cero» de Hiroshima, todos pensando en lo mismo. Ayame viene de Fukuyama y se le saltan las lágrimas en el museo instalado en el Memorial de Hiroshima, donde se muestran los horrores provocados por la radiación nuclear, donde se exhiben fotografías y vídeos en las que se puede ver cómo el impacto de la bomba «LittleBoy» convirtió a cientos de personas en sombras incrustadas en el suelo, a otras les arrancó la piel a tiras y a algunas las atormentó durante años, con cánceres letales y las malformaciones de su prole.

El pasado se repite
«Estar aquí en este momento es desgarrador. Tengo mucho miedo de que vuelva a repetirse lo mismo. Para Japón supuso un enorme trauma y he crecido pensando que era algo del pasado. Ahora me doy cuenta de que podría repetirse mañana mismo». Shoso Kawamoto tenía diez años cuando Estados Unidos decidió experimentar un arma letal para acabar con la Segunda Guerra Mundial y mandar un mensaje a la Unión Soviética. Se encontraba a pocos kilómetros de Hiroshima, donde sus padres lo habían evacuado para ponerlo a salvo de la guerra.

La detonación sacudió la tierra y los niños, asustados, se encaminaron hasta las ruinas. «Cuando llegamos, la ciudad no existía y los heridos se retorcían de dolor. Entonces ni siquiera sabíamos que existían las radiaciones y desconocíamos el riesgo. Mis padres habían desaparecido». Su hermana mayor sobrevivió milagrosamente y se hizo cargo de Shoso. «Aunque sólo durante seis meses porque después murió de leucemia».

Se quedó solo, «intentando sobrevivir por las ruinas quemadas de Hiroshima». Trabajó como limpiabotas y aprendió a vivir «como los gángsters de la Yakuza», que dominaban la ciudad en ruinas. A lo largo de su vida, asegura, ha pensado muchas veces en el suicidio. «Me quería casar, pero los padres de mi novia se enteraron de que venía de Hiroshima y prohibieron el matrimonio». Era hasta cierto punto lógico: habían oído que los supervivientes de la catástrofe engendraban bebés deformes. «Entonces toqué fondo: dejé mi trabajo y me dediqué a las apuestas. Me he sentido muy solo toda la vida». Shoso está preocupado, aunque no asustado, por los reactores de Fukushima. «Soy muy anciano para pensar en mí mismo».

Siente que tiene una misión por cumplir antes de morir, algo que en realidad lleva haciendo años: concienciar al mundo contra la fuerza destructiva de las armas atómicas. «Oigo a los científicos hablar, pero ellos no saben de lo que están hablando. Lo sé yo, que he sufrido las consecuencias. La energía nuclear es eficiente, pero asusta. En Hiroshima hay mucha gente que está en contra de la energía nuclear, aunque es muy eficiente y la necesitamos. Yo no sé que pensar, pero creo que sería mejor evitar situaciones como la que estamos viviendo ahora, tomando la energía del sol o del viento», dice.

«No es el fin del mundo»
Antes de despedirse, el anciano tiene un consejo que dar a las personas que puedan quedar afectadas por la radiación. «Que crean en si mismos. Que no piensen que van a morir. Se puede sobrevivir, yo soy la prueba deello. Se puede vivir con esto. No es el fin del mundo y es necesarioluchar». A Shoso, como a muchos japoneses que deambulan pensativos por el museo del horror atómico, les reconcome una duda.

«En la Segunda Guerra Mundial fueron los Estados Unidos quienes provocaron el daño, pero ahora no hay un culpable, ahora hemos sido nosotros mismos, nuestros dirigentes, el terremoto, el tsunami y la mala suerte, los que han provocado el daño», suspira Yurio Ochiai, un maestro de una localidad cercana al monte Fuji que decidió desertar de su trabajo, aún a riesgo de perderlo, con tal de alejarse de la central y de las continuas réplicas sísmicas que sufren las zonas centrales y norte de Japón.

Yurio lleva rato contemplando unas gráficas que explican los efectos de la radiación sobre el organismo. «Quiero creer que esto no será lo mismo que la bomba. Tengo esa esperanza». Entre los habitantes de Hiroshima también hay quien confía en los mensajes de calma de su Gobierno. «La energía atómica es un recurso para Japón. De ahí viene el 30 por ciento de la energía que consumimos. Tenemos que fiarnos de nuestro nivel tecnológico, que es muy alto. Yo soy la muestra viviente de que se puede sobrevivir a las radiaciones y en un mundo nuclear», afirma la joven Miho, una librera cuyos abuelos se encontraban a tan sólo tres kilómetros del lugar donde detonó la bomba. «Tuvieron una vida sana y luego mi madre nació perfectamente. Y yo también. Sin problemas».

Cae la tarde en Hiroshima y en el paisaje urbano se confunden los neones, aunque sean a medio gas por las restricciones energéticas. Esta es una ciudad pulcra y ordenada, cómoda y segura, extremadamente civilizada y con un altísimo nivel de vida. Como todo Japón, un país que consiguió regenerarse en cosa de medio siglo, hasta convertirse en uno de los más avanzados del mundo, líder tecnológico y pionero en muchas cosas, puesto como ejemplo a seguir hasta hace diez días enmateria de energías verdes y ahorro eléctrico.

«Ahora está todo en peligro. Hemos entrado en una nueva etapa. Cuando Fukushima se apague, tenemos que replantearnos todo y empezar de cero. Tenemos que pensar si queremos seguir viviendo así, si necesitamos todo lo que consumimos. Quizá tienen razón los que han dicho que el terremoto era un castigo divino porque nos hemos hecho egoístas», filosofa Yurio, en referencia a las palabras del alcalde de Tokio, el ultraconservador Shintaro Ishihara, que fue obligado a pedir perdón por sus palabras días después.

Tiempo de reconstrucción
En un restaurante, en el interior de un centro comercial, la televisión pide un minuto de silencio por las víctimas del terremoto y el tsunami. Es viernes y ha pasado ya una semana desde que sedesencadenó la mayor tragedia que ha vivido la nación nipona en medio siglo. Después de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, el emperador Hirohito decidió acabar con su imagen de semi-Dios y ofreció un discurso radiofónico, exponiendo una voz que sus súbditos nunca habían oído.

El pasado martes, su hijo Akihito sintió la misma responsabilidad histórica y apeló a la solidaridad entre japoneses para hacer frente al desafío, en un mensaje televisado único: el primero que da un Emperador. Si los seis reactores de Fukushima lo permiten, Japón tendrá que rehacerse de nuevo. «Tenemos mucho que reconstruir. Habrá que trabajar el doble», afirma Yurio. Nadie sabe de dónde sacarán tiempo para ello.

 

Atacados con bombas atómicas y con energía nuclear
A pesar de ser el único país del mundo atacado con bombas atómicas, Japón desarrolló energía nuclear nueve años después de Hiroshima y Nagasaki, en 1954. El primer reactor estaba ya preparado en 1970 y, tres años después, la instalación de plantas era una «prioridad estratégica nacional». La carencia de recursos energéticos y el aislamiento del archipiélago, decantaron a Tokio por la energía atómica, convirtiéndolo en el tercer país productor del mundo, por detrás de Estados Unidos y Francia. Hasta que el pasado viernes varias centrales quedaron inutilizables por el terremoto, contaba con 55 reactores.

En muchos países asiáticos, la energía nuclear computa como «energía limpia» y verde en las estadísticas. De hecho, Japón es uno de los países más comprometidos con el medio ambiente. Se ponía como ejemplo en ahorro energético, seguridad eléctrica y consumo responsable. Los directivos de sus empresas eléctricas, se vanagloriaban de sus avances. «Japón es líder mundial en tecnologías verdes desde hace años», decía a LA RAZÓN en 2008 Koji Matsumura, director de proyectos de la Compañía Eléctrica de Kansai, hermana de la Compañía Eléctrica de Tokio, responsable de administrar la planta de Fukushima.