Rock
La noche que el Carpeta se comió a Farruquito
El baile retumbó en las tablas. Y fue de agradecer la generosidad de un artista como Farruquito de ceder las tablas a su hermano el Carpeta. Micrófono en mano, él explicó que el maestro y patriarca de la saga, Farruco, les dejó en herencia la filosofía de que el arte de raíz está por encima del lucimiento personal. Ya en la entrada el runrún era el asombro que el preadolescente deja donde va, y en las tablas el duelo entre ambos hermanos dejó patente el porqué.
No es cuestión de admirar a un niño prodigio porque hace cosas impropias de su edad; el éxito de el Carpeta se debe a que es posible para cualquiera percibir que hay un estilo propio en cada gesto en escena. Si a ambos les hierve la sangre farruca en las venas, en el pequeño es más que evidente que hay mucho de innato y también que la genética es caprichosa y no regala los dones por igual. Farruquito despliega virtuosismo en cada taconeo, gracia en cada desplante y técnica giro tras giro; el Carpeta, a pesar de su corta carrera, sabe que en el flamenco es tan importante bailar como amagar el gesto. La mejor prueba de que posee un estilo propio es que hay quien adivina en sus alardes el genio de Farruco y otros, destellos de Michael Jackson. En el agradecimiento final, medio en broma, Farruquito señaló: «Tenía muchas ganas de compartir un espectáculo con mi hermano, pero con la que está montando últimamente me lo voy a pensar». Está obligado a alimentar al monstruo que acaba de crear y seguro que lo hará con gusto. Y ojalá ambos aprendan que el flamenco es un conjunto y el bailaor debe escuchar al resto, no solo buscar el propio lucimiento.
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