Blanqueo de capitales
La hoguera de las vanidades
Tom Wolfe hubiera disfrutado con este juicio. Vale, es más cutre que las tribulaciones de Wall Street, pero también más jugoso, porque pocas veces se ha visto a la entrada de un tribunal fauna tan variada. Por un lado, los periodistas de tribunales; por otro, los profesionales de la «alcachofa» que dan pienso para engordar los programas del corazón.
En un primer vistazo se retratan todos. El primero, Julián Muñoz. Impecable con un terno negro, corbata naranja y gafas de sol se iba directito a la Audiencia de Málaga portando una carpeta blanca «de todo a diez céntimos» –al tribunal no hay que darle pistas– con a saber qué papelillos, pero le daba una patena de ser hombre interesante e interesado.
La gomina de su pelo ni se le alteró cuando se le echaron encima unos cincuenta periodistas con sus «alcachofas» y grabadoras pertinentes. El ex de Maite Zaldívar y de Isabel Pantoja se hacía el ausente estando presente o, lo que es lo mismo, se hacía el interesante sabiendo que es lo que interesa. Los periodistas le hicieron un placaje que no sirvió para nada porque Julián, como si se hubiese puesto un celo en la boca, no habló. Luego, demostró que ha aprendido muy bien a bandearse ante los reporteros: su táctica de guerrillas para que no le pregunten, pero sí que le graben, es aferrarse a un móvil aunque no haya interlocutor detrás.
Isabel Pantoja tendría que estar orgullosa de él y Muñoz pagarle por los servicios prestados. Pero eso es otra historia. También le debería dar una propina a Javier Saavedra, que con su indumentaria grotesca siempre consigue desviar la atención, en este caso a unos zapatos bicolores que ni Fred Astaire se los hubiese puesto para la peor de sus coreografías. Es un abogado digno de los Costus, aquellos pintores de la Transición que hacían de lo «kitsch» un arte, aunque de la ordinariez no.
Isabel García Marcos, la concejala del PSOE y antaño fustigadora de Muñoz, lucía el «lifting» y el «moreno rayos uva» que tan bien combinaba con su indumentaria, color Camel y gafas parachoques. Tampoco habló pero se dejó ver. Ni en la Pasarela Cibeles hubiese tenido tantos flashes a su alrededor. Iba de digna y de digna entró, aunque la dignidad la tenga a la altura de los tobillos. Da igual, daba el pego de presunta delincuente con prestancia.
Del Roca poco qué decir. Es tan simple en sus apariciones públicas como complejo en sus operaciones privadas. Puede pasar por el restaurador de un restaurante con pretensiones y poquito más. Más dicharachero fue un tal «Sandokan», empresario de la construcción con ínfulas de estrella que, este sí, se paró ante los periodistas a la espera de alguna exclusiva.
Eso fueron los entrantes, el plato fuerte estaba en la sala donde les van a juzgar. Lleno total. Pocas veces un juicio, salvo el de Lola Flores, tomaba la apariencia de un espectáculo.
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