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Santiago de Chile

El suicidio de Allende

La Razón
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Tenía una cita memorizada en Santiago de Chile (nunca llevaba direcciones o teléfonos escritos ) con el doctor Contador, uno de los médicos personales de Salvador Allende, integrante del fidelísimo Grupo de Amigos del Presidente ( GAP ) y el último que le vio con vida en su despacho del Palacio de la Moneda, donde España acuñaba durante la colonia. El encuentro hubo de posponerse por años. La policía de Pinochet me detuvo en el aeropuerto santiaguino informándome que se me consideraba persona «non grata» y se me expulsaba del país «a perpetuidad». El aeródromo Comodoro Toribio Moreno no tiene mucho tráfico, cierra de noche, y permanecí 17 horas preso sin cargo alguno hasta que llegó el primer avión del día siguiente. No me tocaron pero tuve que mear con escolta. Contador, exiliado en España, era intensivista en la clínica Ruber, y al fin nos encontramos a través de mi médica, dibujando una elipsis en el tiempo.
Allende tomó de un anaquel el «AK-47», regalo de Castro, sacó un peine de una gaveta y lo cargó, pidiendo a su guardia que le dejaran solo. Creyeron que pretendía defenderse hasta el final, pero al poco escucharon una ráfaga. Al entrar vieron al presidente con la cabeza reventada, sentado en un sillón. El «Kalhasnikov» es corto y, aún invertido, la mano llega al gatillo. Con el Palacio bombardeado huyeron dejando el cadáver. Los testigos directos o próximos lo saben; la familia también. Será que la Justicia chilena se ha contaminado de nuestra memoria histórica, pero ¿a qué exhumar éstos restos para comprobar qué?. Los juntacadáveres desenterrarán a Neruda.