Cataluña
«Los años 70 fueron la década más loca y extrema del siglo XX»
BARCELONA-Dos hermanos antagónicos se reencuentran tras 34 años de silencio. Son figuras antagónicas, pero que representan el extravío general de una sociedad dividida en dos. Estamos en 1975, año de la muerte de Franco, y el país vive tiempos convulsos. Ferran Sáez Mateu da un vuelco a sus ensayos y se atreve con «les ombres errants» (La Magrana) a radiografiar en una novela a esa España que arrancaba la transición y que se creía falsamente moderna.
–¿Qué le ha llevado a debutar en la novela con una historia sobre el final de los 70?
–Yo escribo ensayo y periodismo de opinión, pero a veces hay momentos que quieres añadir cosas emocionales, que trasciendan el frío análisis. Hablo de 1975, cuando tenía once años, y la novela me daba una posibilidad sensitiva que me permitía evocar cosas que recordaba de pequeño.
–¿Qué ocurría a la sociedad española durante la muerte de Franco?
–Era una época confusa, que yo vivía con perplejidad. Cómo podían convivir en un tiempo los Ovnis, la droga, el marxismo. En el 75 había diarios generalistas con una sección de ovnis. En ese momento, la muerte de Franco no deja de aumentar esa confusión, algo que tiende a la falsificación de lo que realmente ocurrió en aquella época.
–Si parte de sus recuerdos, ¿es una novela autobiográfica?
–No hay nada de autobiográfico. Quería contraponer dos personas antagónicas, los dos hermanos protagonistas. No hay nada de analogía de las dos españas, pero sí la constatación de una lejanía de dos formas de ver el mundo.
–¿Cómo ha conseguido ordenar ese puzzle de Franco, ovnis, un asesinato y drogas?
– Es que en esa época teníamos la sensación que vivíamos en un rompecabezas. Vivíamos en una falsa coherencia, en un intento de encajar en la España moderna. Tras el atentado que acabó con Carrero Blanco, Franco llegó a decir que «no hay mal que por bien no venga». Todo era extraño y era mejor reflejarlo con historias cruzadas y elementos en apariencia distantes que acaban teniendo sentido.
–¿La novela le ha servido para llegar a una conclusión de aquellos tumultuosos años?
– Sí, básicamente que nadie entendía nada de lo que estaba pasando. Se confundieron grandes cambios sociales con simples cambios de moda. En los años 70 los cambios venían de la mimesis de lo que hacían los turistas y nada más. Continuaban habiendo los crímenes de Puerto Urraco. Por arte de magia no nos convertimos en europeos y modernos, eso es falso.
– ¿Cual es su recuerdo personal de esos años?
–Tenía cierta sensación de alarma, que los adultos hacían el ridículo y se comportaban como niños. Se trataban temas con mucha frivolidad, como las drogas. La idea legitimada es que un porro hacía menos daño que un cigarrillo y muchos se lo creyeron y acabaron en el cementerio. En el siglo XX ha habido dos décadas locas, los años 30 y los 70, décadas hiperideológicas, de extremos.
–¿No considera la década actual tan loca y extrema como la de entonces?
–No, hemos aprendido ciertas lecciones de entonces y hemos madurado un poco como sociedad. Primero, hemos aprendido que las ideologías no han de servir como una prótesis para ver la realidad y también que la experimentación, ya sea con drogas o demás, sí tiene un límite, así que hemos deslegitimado ideas estúpidas de la época.
– ¿Podemos hablar entonces de novela histórica?
– No era mi intención. Hubiese sido fácil tirar de hemeroteca y explicar una historia a partir de allí. No es un ejercicio periodístico ni histórico, sino evocar el recuerdo de un niño de once años de toda la locura que sucedía entonces. Es un ejercicio de memoria colectiva, de sensaciones y sentimientos. En esa época había una contraposición ideológica tan primaria como la Guerra Fría y era fascinante explicar este choque.
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