Tailandia
El Ejército acaba a sangre y fuego con el «fuerte rojo»
Tras la rendición de sus líderes, los más radicales se dedicaron a destrozar todo lo que vieron a su paso en Bangkok.
La rebelión de los «camisas rojas» acabó ayer con un salvaje baño de sangre, pólvora y vandalismo, en lo que ha sido la jornada más dramática de la historia reciente de Tailandia. Tras cinco días consecutivos de escaramuzas, la batalla empezó al alba. Cientos de soldados, apoyados por tanquetas, irrumpieron cautelosamente en la barricada sur, aplastando neumáticos y varas de bambú con sus orugas blindadas.Los militares iban avanzando sin encontrar apenas resistencia, disparando primero al aire y después a matar. La orden era abatir lo que se moviese; y las ráfagas de metralleta y fusil se empezaron a hacer cada vez más frecuentes al bordear el Parque Lumpini, conocido como el «Central Park» de Bangkok. Unas horas después aparecieron los primeros cadáveres tendidos en el suelo y los soldados se toparon con un adolescente que temblaba con las manos en la cabeza y el pantalón manchado de orín. En la esquina interior del parque, un grupo de rebeldes que se movían entre los arbustos hicieron retroceder al Ejército. Los tiros no pararon hasta que retumbó una ensordecedora detonación que reventó los tímpanos. La contundencia del ataque desencadenó, minutos después, la rendición en la base rebelde.Durante la mañana, en el campamento donde los «camisas rojas» tenían montada una auténtica ciudad dentro de la ciudad, había ido aumentando el nerviosismo. Los líderes se encerraron en su tienda para reflexionar. Los «camisas negras» (las falanges de acción) sacaron de entre los plásticos que hacían las veces de comandancia a dos hombres con la cara ensangrentada, maniatados y en calzoncillos, cuyo destino final no ha sido posible confirmar. Los niños y las mujeres se refugiaron en el templo situado dentro del campamento y una ambulancia iba y venía entre el centro médico y la trinchera. De pronto, cuando las alternativas eran rendición o masacre, los líderes se subieron al escenario y anunciaron su rendición.La reacción de los «camisas negras» fue instantánea. Uno de los líderes radicales, identificado como Pakdi, dijo a LA RAZÓN este martes que «aunque los líderes firmen la paz, nosotros seguiremos luchando». Y eso es más o menos lo que ocurrió. Dentro del campamento, estalló la rabia y se decidió hacer tierra quemada, metiendo explosivos en los lujosos centros comerciales, asaltando, saqueando y descargando su frustración contra los edificios más opulentos de la ciudad. El Ejército dejó una vía de escape para los manifestantes pacíficos, a quienes esperaba un control militar en el que los soldados les recibían con la sonrisa tailandesa, les pedían la documentación, los retrataban con una cámara digital y los acompañaban, sin esposarlos, hasta autobuses. Dos chicas salieron abrazadas a sus perros, una anciana apoyándose con un bastón y un hombre vestido con camisa, de la mano de un niño llorando.Mientras, la orgía de destrucción se iba extendiendo por la ciudad. Los soldados, esta vez acompañados por bomberos, se iban acercando a la base rebelde. Los altavoces del escenario amplificaban canciones «heavy metal», una banda sonora perfecta para lo que estaba por llegar. Grupos descontrolados, muchos drogados y borrachos, sembraban el caos por la ciudad, provocando incendios, atacando edificios e intentando linchar a periodistas tailandeses, a quienes acusan de hacer una cobertura propagandística a favor del Gobierno. En cuestión de minutos, al menos 17 edificios, incluida la Bolsa de Bangkok y «Central World» (el segundo centro comercial más grande de Asia), estaban ya ardiendo. También atacaron el sistema eléctrico, dejando zonas enteras de la ciudad sin energía, y prendieron fuego a la sede del Canal 3 de televisión, obligando a evacuar a los periodistas en helicóptero.El número de muertos confirmados ayer eran cinco al cierre de esta edición, incluido un fotógrafo italiano, que cayó durante la refriega de Lumpini. En cinco días de enfrentamientos, los cadáveres se elevan ya a 42, pero la cifra resulta muy discreta teniendo en cuenta la intensidad de los combates de ayer. El Ejército, sin efectivos para controlar todas las urgencias a la vez, decretó un toque de queda, que se extendió también a otras 23 provincias, desde las ocho de la tarde y empezó a preparar una cacería nocturna en medio de una ciudad en llamas.
Y Shinawatra, de compras en París
Los «camisas rojas» han perdido la batalla por Bangkok, pero sus protestas quizás hayan sembrado las bases de algo más importante a medio plazo. De hecho, ayer los disturbios se trasladaron a otras zonas del país. Durante toda la semana, el Ejército ha conseguido evitar que el «fuerte rojo» de Bangkok recibiese refuerzos desde el campo. Pero ahora se temen enfrentamientos, sobre todo en Isan, la región más poblada y pobre de Tailandia, donde los ayuntamientos de las dos principales ciudades ardieron. El nordeste de Tailandia es el feudo electoral de Thaksin Shinawatra, el ex primer ministro depuesto en el golpe de estado de 2007. A Shinawatra, el hombre más rico del país, se le acusa de haber organizado y financiado la revuelta desde su exilio dorado.Un periódico tailandés publicó hace pocos días sus fotos haciendo compras en los Campos Elíseos de París. Mientras, los rebeldes, sus rebeldes, morían en la capital.
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