Historia

Islas Baleares

Un extraño verano por Joaquín Marco

La Razón
La RazónLa Razón

Resulta, por ahora, éste un extraño verano, cargado de presagios o premoniciones, como una tragedia shakespeariana, «Julio César», por ejemplo. Pero no estamos en los idus de marzo, ni hay ciegos profetas en la escalinata del Senado, sino en plena canícula estival, cuando nuestras playas deberían rebosar de turistas de todas las nacionalidades y algunos convecinos, más felices, partirían hacia otros parajes exóticos o familiares. Pero en estos tiempos nada parece ser igual ni siquiera a lo que ocurría la pasada temporada. Si un día nos sorprenden alarmantes titulares que apuntan a que nuestra deuda a diez años supera ya la inexplicable cifra del 7,5% o que estamos a un tris de resultar rescatados (no sólo la banca, gremio que ha perdido ya la vetusta solidez de antaño), sino que determinadas autonomías que, lo sabíamos ya, rondaban la bancarrota, solicitan auxilio. Sí, hasta la rica Cataluña, azotada, además, por inclasificables incendios, necesita la ayuda del Gobierno central, intervención o sírvase del eufemismo que a cada quien le convenga. Rescatados parcialmente por partida doble, los catalanes acabamos de descubrir que los fantasmas eran verdaderos y que la sombra del patriarca Tarradellas augura que los males que nos aquejan son de orden externo e interno. Desaparecen también amigas que uno apreciaba, como Esther Tusquets, curioso e inquietante equilibrio entre editora y escritora u otro respetable «padre» de una Constitución que convendría llevar al remiendo, como Gregorio Peces-Barba, partidario, como un servidor, de que conviene entenderse y no despedazarse, o Paco Morán, a cuyo nombre iba e irá siempre unida «La extraña pareja».
El agosto vacacional que se aproxima llega cargado de presagios. Hay quienes reclaman el retorno a la «neopeseta» o un «subeuro». Parece que habría negocios a la vista para según quiénes: los de siempre. Mafo se queja del Gobierno, como éste se había quejado del Banco de España, benemérita y desolada institución. Porque entre todos la mataron y ella sola se murió, como bien dice el refrán. El hundimiento de Bankia y la huida de Rodrigo Rato, su presidente, se verá, cuando llegue la hora, si es que se ve, en los tribunales. Queda mucho que hacer allí, pero a su modo y ritmo. Tal vez para entonces ya habremos salido del atolladero y nadaremos como pez en el agua. Porque, ahora ésta llega casi a la altura de la boca y, sin ser peces, necesitaremos de algún que otro salvavidas. Luis de Guindos anda de Berlín a París, de la Ceca a la Meca, procurando convencer a los europeos de pro, que viven también sus propios problemas con Moody´s al acecho para que nos lancen los oportunos «salvanaciones». Pero ni así. Y cuando Artur Mas finalizaba con delicadas y maquiavélicas maniobras su pacto fiscal, precisamente el mismo día en el que se debatía en el Parlament sin unanimidades cómplices, llega la mala noticia del rescate, que no se llama así. Supimos de inmediato del de Valencia, del de Murcia; pocos imaginaban que el president que pide negociar con Hacienda nuevas fórmulas fiscales hiciera coincidir la petición de dos llaves distintas para abrir una misma caja. ¿Seguirá Aragón? La hacienda de los componentes del antiguo reino, aliado de Castilla en tiempos de los Reyes Católicos (faltan tan sólo las Islas Baleares), habrá recurrido a una inevitable y fatídica tutela ministerial. Tendremos hombres de negro por todos lados. Y no serán fantasmas. Tampoco hay otras Indias a la vista ni joyas de la reina que permitan equipar las tres naves necesarias. Rajoy, escamado, ya no promete nada. Y el horizonte se llena de humos, bosques quemados por la desidia de quienes deberían cuidarlos.

Ni Italia resulta inmune a está ducha escocesa a la que nos someten los mal llamados mercados. Sus agencias han olido a chamusquina incluso en la AAA alemana, la deuda de referencia. Andamos ya muy recortados en los umbrales de agosto –feliz recurso de cualquier drama socioeconómico–, aun antes de que la subida del IVA la emprenda con más despidos y despertemos, de pronto, en plena canícula tiritando de frío. Estas idas, no venidas, al núcleo del poder europeo veremos en qué quedan. Es tan sólo cuestión de días, semanas o meses a más tardar para concluir que, una vez más, en un verano decisivo, el regreso de quienes dispongan del humor y poder vacacional resulte conflictivo. Los empleados de la Banca –la madre de todos nuestros pesares– se esconden bajo las alfombras para pasar desapercibidos. Europa cree que hay que apretarse aún más el cinturón. Y puede que, al final de este túnel, se cierren las diputaciones y un enjambre de empresas vinculadas a las distintas administraciones. Nos quedan los Juegos Olímpicos para amenizar nuestras desdichas, porque ya finalizó el Tour. Este temporada regresará pronto el fútbol por fortuna y con él una vía de escape para las desdichas. El resto está que arde. Que lo digan los que han vivido las desgracias de los fuegos pirenaicos, al filo del norte de la Costa Brava, en la raya de Francia. Las cenizas materiales llegaron hasta Tarragona, desde el punto donde empiezan los rescates que ya sabemos y los que vendrán. En lugar de pedir socorro a gritos, es preferible tomarse una caña y dejar correr el aire en una terraza cualquiera. En septiembre Dios dirá.

 

Joaquín Marco
Escritor