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Jeta de querubín
La apostura de vendedor de boutique de César Cabo no sólo lo ha blindado contra la ira colectiva sino que las madres lo quieren invitar al altar y las hijas hacen cola para que el tipo las cachée, mejor en el turno de noche. Esa jeta de querubín, un escudo antimisiles para la extorsión de los controladores, le ha conferido un platónico catálogo de virtudes, amatorias y de urbanidad. Con esa osamenta de Donatello,la imaginación popular ya lo ve incapaz de pisar una oruga, regando las macetas del vecino y atendiendo a la pareja con la dosis adecuada de sudor y tacto. Y eso que los controladores amenazaron con cerrar los aeropuertos y comerse la llave en agosto. Pero para eso sirve estar bien acabado, bien terminado, aunque sea de porcelana: para cuando la ambición de tu casta te nombra su feroz representante, nuestro necesitado star system cañí te defiende por... guapo y encima echa colonia sobre tus fotografías. El Gobierno puede haber pasado este asalto, pero éstos consolidan sus ingresos hasta 2013, trabajarán menos y han tensado la cuerda al punto de que nos descubrimos como sus rehenes. Respecto a Cabo y sus colegas, permitan que nos saltemos aquel consejo que se daba en El Gran Gatsby: «Cuando te sientas inclinado a criticar a alguien, ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas».
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