Cataluña

El susto del Rey

La Razón
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El Estado tiene más zanjas abiertas que el Madrid de Alberto Ruiz Gallardón y sólo nos faltaba que al Rey le diera un telelé para que medraran los rastacueros de la descomposición de España. El Rey ha sido un atleta que una vez atravesó una pared de cristal para zambullirse en una piscina interior, y fue necesario llevarlo a un hospital envuelto en un albornoz que sujetara sus rajaduras. Tampoco ha sido un inconsciente de su propia seguridad, aunque otra vez se rompió la pelvis esquiando en Gstaad. Creo que nunca se ha vuelto a ver por las pistas de esquí de fondo de Baqueira-Beret. Nunca ha aparecido fumando en público, pero fuma en la intimidad con gran desesperación de la Reina. Felipe González hace lo mismo y se fastidia con los fotógrafos que pretenden tomarle una instantánea con los «cohibas» que le envía Fidel Castro. La reunión en el Palacio de la Moncloa entre Zapatero y Artur Mas para redactar un nuevo estatuto para Cataluña fue una noche presidida por ceniceros repletos de colillas de cigarrillos. Santiago Carillo me comentaba que había llegado a tan provecta edad gracias al pitillo, le dijeran lo que le dijeran sus médicos. «Larga vida a su Majestad!» se suele decir en estos casos, pero el seguro de la Monarquía es que no se negocia un nuevo presidente de la República. «¡El Rey ha muerto, viva el Rey!». La Reina está perfecta y el Rey también, aunque doliente. Ya se lo había detectado Jaime Campmany, que los Borbones nacen preciosos y después se les arquean las piernas y se ponen fondones. «Majestad, ¡Salud!»; ¿me puede dar unos pitillos que le sobren...?».