Nueva York
James Franco el eterno estudiante
Hay dos clases de actores: los que hablan de sí mismos como si lo hicieran en tercera persona, con una gravedad ausente o frívola, y los que hablan con el mantel o con los botones de su camisa, con la somnolencia típica del intelectual que siente un prudente desprecio por sus interlocutores
James Franco pertenece a la segunda clase: en la promoción de «Howl», en la Berlinale del año pasado, parecía poseído por el espíritu de James Dean –actor al que encarnó en una miniserie–, con los ojos caídos y la voz susurrante. Dicen que es un tímido impenitente, el típico que no aguanta que lo miren cinco periodistas a la vez, y la experiencia de entrevistarlo es extraña de verdad. Porque hacer preguntas a alguien que habla con la mesa, escondiendo su barbilla como si fuera una paloma ahuecando el ala, es un poco surrealista. Sin embargo, para ser justos con sus pausas, James Franco es muy generoso con sus respuestas, y se pasó buena parte de la entrevista hablando de su doble vida, la que le obliga a combinar su trabajo como actor con su faceta de estudiante universitario.
Sueños de juventud
«Cuando empecé en la universidad, tenía dieciocho años y sólo pensaba en convertirme en actor. Me bastó un curso para decidirme. Ahora he vuelto porque he querido. Quiero decir: no tengo que estudiar para conseguir un trabajo. Nadie me ha presionado para que lo haga. Estudio por placer».
James Franco escribe (publicó su primera colección de relatos, «Palo Alto», en octubre pasado), pinta, dirige documentales (el último, un elaborado «making off» de un episodio del show humorístico Saturday Night Live), participó como alumno en un programa de escritura creativa en la Universidad de Columbia y ha estudiado cine en la de Nueva York. ¿Cómo encaja una celebridad en las aulas? «Hago todos mis deberes, tengo buena relación con mis profesores y he hecho muy buenos amigos. Pero la universidad también me ha procurado experiencias bastante extrañas. Una alumna del curso en Columbia me escribió un correo electrónico para explicarme lo indignada que se sintió cuando me aceptaron como estudiante. Me dijo que cada vez que veía mi foto en la portada de una revista tenía ganas de pegarme una paliza, pero que, luego, cuando se dio cuenta de que cumplía con mis tareas, se le pasó el enfado». Y con una sonrisa dedicada a su yo interior, remata: «Esas son las cosas que me ocurren en clase».
Las estrellas de cine tienden a tener su propia banda de rock, pero pocos aspiran a ser intelectuales. James Franco se lo ha tomado en serio: el pasado otoño se apuntó a los cursos de doctorado de la prestigiosa universidad de Yale. ¿Cómo puede mantener esta ajetreada doble vida? «Cuando un estudio invierte tanto dinero en la promoción, como fue el caso de "Spiderman", es obvio que nadie iba a aceptar que me perdiera el estreno de la película en, digamos, Japón para no ausentarme de clase. Según ellos, escogía mi carrera de actor o la de estudiante».
Generación «beat»
Franco seguía los cursos gracias a que sus compañeros le pasaban las cintas grabadas con las lecciones impartidas por los profesores. Con este currículum, no es de extrañar que fuera el mejor candidato para interpretar a uno de los cabezas de cartel de la generación «beat», Allen Ginsberg. «Cuando interpreto a un personaje real siento la responsabilidad de no traicionar su memoria», admite un Franco circunspecto. «No quiero que nadie piense que no he trabajado duro para conseguir hacerle justicia en pantalla. Es lo que me ocurrió en "Aullido". Para encarnar a Allen Ginsberg, vi documentales, leí poemas y biografías, me empapé del contexto en que escribió "Aullido". Había una responsabilidad añadida: que la película está basada en transcripciones del juicio y en entrevistas a Ginsberg. Los directores, Rob Epstein y Jeffrey Friedman, son documentalistas, y querían ser muy fieles a la realidad». Y mientras acaba la respuesta, Franco desaparece en un hilillo de voz.
✕
Accede a tu cuenta para comentar