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El triunfo de los islamistas en la primera ronda de las legislativas evidencia una creciente radicalización de la sociedad egipcia. En las calles se ven más mujeres tapadas con niqab

Los partidos islamistas logran el 60 % de los votos en elecciones egipcias
Los partidos islamistas logran el 60 % de los votos en elecciones egipciaslarazon

Las primeras elecciones celebradas tras la caída del ex presidente Mubarak el pasado mes de febrero han traducido en votos lo que hacía años era una realidad en las calles egipcias. La creciente islamización de la sociedad quedará plasmada en el nuevo Parlamento egipcio, en el que, según los resultados de la primera fase de los comicios, los salafistas (corriente conservadora del islam procedente de la Península Arábiga) podrían hacerse con el 20% de los escaños.

Aún es pronto para prever la composición definitiva del Consejo del Pueblo (Cámara Baja), pero es muy probable que los salafistas se confirmen como la segunda fuerza en su seno, después de los más moderados Hermanos Musulmanes, que han arrasado y que se harían con el 40% de los escaños, según datos preliminares. Habrá que esperar hasta mediados de enero para conocer los resultados definitivos, pero ya se sabe que el Parlamento estará dominado por aquellas corrientes políticas que hasta hace poco estaban vetadas y reprimidas. Los partidos religiosos estaban prohibidos bajo el régimen de Mubarak y los islamistas eran perseguidos, encarcelados y torturados. Pero eso no les ha debilitado, tal y como ha quedado patente, ni ha conseguido limitar su popularidad entre la sociedad egipcia, profundamente religiosa y cada vez más conservadora.

En las últimas dos décadas, en Egipto han penetrado costumbres e ideas procedentes de los países más ortodoxos del Golfo Pérsico, donde muchos egipcios han estado trabajando o tienen familiares y amigos. Uno de los signos más evidentes es el creciente número de mujeres que llevan niqab, una amplia vestimenta negra que les cubre desde los pies hasta la cabeza, incluida la cara, dejando sólo los ojos al descubierto.

Después de la revolución del 25 de enero, lo que era una silenciosa tendencia social, se ha convertido en una realidad política más sólida de lo que los analistas y muchos egipcios esperaban. Legalizado en junio de 2011, el partido salafista Al Nuur (La Luz) ha obtenido la confianza de una porción importante de los más de ocho millones de egipcios que acudieron a las urnas el pasado lunes y martes, compitiendo con los Hermanos Musulmanes, el histórico grupo opositor, organizado, estructurado y con experiencia política.

Muchos no se explican estos resultados y hay varias denuncias de fraude electoral por parte de los islamistas, principalmente la Hermandad y Al Nuur, los más votados con mucha diferencia. La Comisión Electoral egipcia ha admitido que hubo algunas irregularidades, pero que éstas no habrían afectado al proceso y a los resultados en su totalidad, según el órgano supervisor. Los radicales han barrido en la segunda ciudad del país, Alejandría, y en otras localidades, como Damietta (delta del Nilo) y Assiut (sur de Egipto).

Detrás del triunfo inesperado de los salafistas, podría estar precisamente el sustrato social que han cultivado pacientemente en los últimos años, especialmente fuerte en algunas zonas de Egipto, como es el caso de Alejandría, donde tiene sus raíces Al Nuur y donde ha hecho una campaña especialmente agresiva. Uno de sus candidatos, tras conocerse los resultados electorales, arremetía contra el Nobel de Literatura egipcio Naguib Mahfuz, diciendo que sus obras «incitan a la promiscuidad, la prostitución y el ateísmo».

Hace poco, también en la ciudad costera, los salafistas cubrieron una estatua de una sirena por considerarla pecaminosa, al igual que la voz de las mujeres, que puede inducir a tentaciones a los hombres que la escuchen. Las declaraciones incendiarias procedentes de los partidos salafistas, pero sobre todo de los clérigos que les apoyan desde las mezquitas y los medios de comunicación, preocupan a los egipcios más liberales y a la minoría cristiana, temerosos de que Egipto pueda dejar de ser incluyente, plural y relativamente permisivo (en el país es legal, por ejemplo, consumir alcohol y las mujeres no están obligadas a cubrirse el cabello) y derive hacia un modelo islámico radical como el de Arabia Saudí y otras monarquías del Golfo. Precisamente, desde allí se sospecha que llegan los fondos para los salafistas y sus campañas electorales. Éstos niegan las acusaciones, y tratan de tranquilizar a cristianos y mujeres, así como a la comunidad internacional, que sigue los pasos del Egipto postrevolucionario hacia la democracia.

Para los salafistas, el nuevo Egipto tiene que basarse en la «sharia» o ley islámica, que ya actualmente es fuente de legislación en el país, sobre todo en lo relativo a la familia (matrimonio, herencia). Hasta el momento, el régimen había mantenido el país por la senda secular, aunque sin limitar la influencia de la religión en la sociedad.

Efecto búmeran después de años de dictadura o auténtico fenómeno popular, el auge de los salafistas hace temer una radicalización y la posibilidad de un estado islámico, que ellos han reivindicado en muchas ocasiones, aunque no figure en sus programas políticos.