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El hastío de la calle por Pedro Alberto Cruz Sánchez

La Razón
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Hasta de protestar se aburre la gente. Ya lo hemos dicho desde estas páginas en otras ocasiones: cuando la manifestación se transforma en un estereotipo, en un lugar común codificado por reglas rígidas y modos de comportamiento completamente previsibles, su credibilidad se viene abajo y su eficacia se torna en ejercicio estéril. Nadie se fía ya ni siquiera de los que desconfían del poder; hemos llegado a un relativismo radical, en el que –a resultas de la demagogia imperante, de la falta de honestidad y del exceso de pose- el «activismo» se ha convertido en un pastiche ideológico del peor calibre. Además, parece que la feroz crisis por la que atravesamos ha conducido al conjunto de la sociedad a un plano de pragmatismo, en virtud del cual la retórica de la pancarta ya no resulta suficiente a la hora de rechazar el status quo actual. Lo que quiere la ciudadanía, por el contrario, son soluciones y empleo. Y, con independencia de que las medidas tomadas puedan gustar más o menos, lo cierto es que la población está expectante ante el resultado que puedan ofrecer, y parece que ha decidido conceder un tiempo prudente de prueba.
Quiero enfatizar por enésima vez una convicción firme: soy un defensor sin fisuras del conflicto como método de transformación social, y, desde luego, rechazo los fanatismos de cualquier lado, incluidos aquellos que tienden a demonizar a priori cualquier protesta ciudadana escenificada en la calle. Sobre abstracto, nada es bueno ni malo: es la experiencia la que tendrá que certificar la legitimidad o no de una determinada acción. De ahí que, por estos mismos motivos, rechace cualquier tipo de agitación social que ya está decidida de antemano, sin que se permitan matices, contextualizaciones ni siquiera procesos de discusión. Las ideologías no van a resolver nada –tampoco los simples deseos de que el mundo sea un espacio de convivencia mejor. Para que las ideas resulten instrumentos de cambio ha de actuarse. Evidentemente, el tiempo dirá si las medidas activadas de tal acción han sido eficaces o, por el contrario, no han contribuido en nada a la mejora social. Pero lo que está claro es el que inmovilismo y los catecismos ideológicos no nos van a sacar de donde estamos. La sociedad lo sabe, y está respondiendo de acuerdo a esta forma de pensar.