De gravera a laguna por Antonio PÉREZ HENARES

La graveras y canteras, como cualquier mina a cielo abierto, supone de inicio un cierta agresión al medio. Necesaria para otros asuntos, pero de entrada agresiva contra el paisaje y con indudable impacto medioambiental. Sin embargo, a la larga puede convertirse en algo positivo y enriquecedor. He escrito en varias ocasiones mi gusto por los pantanos, su incardinación en el paisaje como espacios «naturales» hermosos y vivos. Al fin y al cabo todo está troquelado por la mano del hombre en esta Iberia –desde la dehesa hasta la estepa cerealista o el bosque mediterráneo– y las ensoña-ciones virginales son tan acientíficas.
Las extracciones de áridos en las cercanías de los ríos son uno de estos impactos dignos de estudio por aquello en lo que han acabado por trasformarse. Las depresiones se convirtieron en grandes charcas, se poblaron de vegetación palustre y se llenaron de aves acuáticas. Hubo que ayudar bastante, claro, con limpieza y cuidados. Pero entre Naturaleza y humanos crearon un nuevo hogar para los patos. La Comunidad de Madrid ha sido desde siempre pionera en esa idea y, ayudada por ese principio esencial de la Naturaleza de su adaptabilidad y su «odio al vacio», han terminado por hacer de ellos un rosario de lagunas, humedales y en suma refugios de una fauna que ha hermoseado y vivificado toda esa zona situada al sur de la gran urbe y protagonizada por el paso de los ríos Henares y Jarama , que junto al Tajuña acaban por verter al padre Tajo. Estos días de atrás en una de ellas, la del Soto de la Juntas, se ha dado un paso más. La consejera Mariño no ponía una «piedra», sino una isla en una de ellas para facilitar la cría de diversas especies que encontrarán mejor refugio de ese modo contra los predadores. Artificial, desde luego, pero eso es cosa que no les va a importar nada a los azulones y fochas que pongan allí sus huevos. Estarán encantados.