Festival de Venecia
La propaganda de Zhang Yimou
La primera secuencia de «The Flowers of War» es apabullante, y demuestra, para los escépticos, que el talento visual de Zhang Yimou puede con todo, tanto con la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Pekín como con el cine de gran espectáculo a la Spielberg. Desgraciadamente, su sentido de la puesta en escena sólo brilla en los momentos bélicos: Yimou, que lleva colgando el sambenito de ser el cineasta oficial del Gobierno chino, ha firmado una película de propaganda nacionalista, fijándose principalmente en ese cine americano de los cuarenta y cincuenta que fichó a los japoneses como enemigo implacable del patriotismo yanqui. El saqueo de Nanking durante la invasión nipona en 1937 –inspirador de una película tan bella y brutal como «Ciudad de vida y muerte»– es el pretexto para que Yimou saque toda la artillería pesada con el fin de subrayar la naturaleza insondable del heroísmo chino, unido en la adversidad.
Lo más nuevo e insólito de «The Flowers of War» no es la tendencia al melodrama desaforado de su trama, ni tampoco su odio anti-japonés, por otra parte previsible; es la presencia de Christian Bale –que nunca ha estado peor– como americano defensor de los desamparados. El arco dramático de su personaje, un maquillador de cadáveres que pasa de ser un canalla a exhibir su condición de santo en poco más de media hora de metraje, es ridículo. Disfrazado de falso sacerdote y llorando, salva el pellejo de las alumnas de un convento con la ayuda de una pandilla de prostitutas de buen corazón. Que el americano sea el buen samaritano y que los personajes hablen inglés son factores que sugieren que el gigante chino quiere potenciar las sinergias con su gemelo capitalista.
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