Jaime Gil de Biedma

Tendidos de Sol

La Razón
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Una vez levantado el campamento, lo que queda en Sol es un rastro de melancolía por el esfuerzo inútil de quienes llegaron para cambiar el rumbo de la Historia y han vuelto a casa más confusos, más decepcionados y un poco más viejos. Tal vez mucho más cínicos. Aun espulgándolo de parásitos y de esos grupúsculos marginales que anidan en las costuras del sistema, el tenderete del 15-M ofrece el lamentable aspecto de un rastrillo ideológico, una revolución de saldos y de conceptos usados. Es el triste paisaje de una izquierda exhausta, perpleja y vencida cuyo edificio intelectual se ha reducido a cuatro palos mal anudados, dos plásticos y un colchón de cien años. La gran propuesta arquitectónica de la neoizquierda ha resultado ser una chabola. Porque parece demostrado, y sin asomo de duda que, tras un mes de «gran hermano» televisado a todo el mundo, el movimiento de los «indignados» no es más que la erupción emocional ante una izquierda en derribo que, tras siete años de gobierno, ha decepcionado profundamente a sus hijos más jóvenes. Al acosar y vituperar este sábado sólo a los políticos y alcaldes del PP, el 15-M ha enseñado la patita por debajo de la puerta y ha revelado su verdadero pelaje, el de un encrespado socialismo que está siendo barrido de Europa de forma democrática y sin contemplaciones. Es lo que tiene haber malgastado el superávit de las vacas gordas en canapés de congelados: Segunda República, Memoria Histórica, aborto a los16 años y matrimonio homosexual. A los socialistas les tocó la lotería en 2004 y se han fundido el premio en la máquina tragaperras como unos ludópatas ideológicos. Como para no indignarse, coño, sobre todo si perteneces a la primera generación de niños españoles que habiendo recibido regalos por duplicado de Papá Noel y de los Reyes Magos llegó a creer que la sobreabundancia era un derecho adquirido. Ahora ya es tarde para que sus padres les expliquen que el futuro no se regala por Navidad ni se subvenciona, sino que se conquista a dentelladas. Ya lo dejó advertido Jaime Gil de Biedma: «Que la vida iba en serio/uno lo empieza a comprender más tarde». Tal vez demasiado tarde para una generación que se extravió en el tránsito de una adolescencia demasiado larga a un mercado laboral demasiado corto.