Gobierno de España
Veto al Parlamento
Entre sus promesas electorales más solemnes desde hace siete años, Zapatero siempre ha puesto especial énfasis en una de ellas: la de convertir el Parlamento en el centro de la vida política, en el corazón del debate con luz y taquígrafos. Sin embargo, la experiencia de estas dos legislaturas demuestra que aquel compromiso, destinado a «regenerar» la acción parlamentaria, ha seguido el mismo camino que otras de sus promesas: el incumplimiento. Ya sea porque no ha contado con las mayorías suficientes o porque el Congreso se ha convertido en una caja de resonancia muy incómoda para el Gobierno, lo cierto es que la calidad del debate parlamentario ha caído en picado y la sede de la soberanía popular ha quedado reducida a una simple caja vacía en la que no se discute nada que no convenga al PSOE. Se pueden citar abundantes ejemplos que demuestran la incomodidad del líder socialista con la aritmética parlamentaria que le ha tocado en suerte y su resistencia a respetar o tomar en consideración el criterio de Las Cortes, como lo prueba el más de medio centenar de mociones o proposiciones no de ley aprobadas en Comisión o en Pleno que han sido ignoradas por el Gobierno por no ser de su agrado. El uso de la facultad que le reserva el Reglamento del Congreso para vetar enmiendas a los Presupuestos que supongan un incremento de gasto o una disminución de ingresos permite también calibrar hasta qué punto el compromiso de Zapatero con el Parlamento era mera retórica electoral. El miércoles, el Grupo Socialista prohibió que se votaran 22 enmiendas a los Presupuestos relacionadas con un asunto tan capital, pero tan incómodo, como la congelación de las pensiones. Ya hizo algo similar en las cuentas de 2008 y el año pasado bloqueó también las iniciativas en contra de la subida del IVA. Los dirigentes socialistas suman 42 propuestas censuradas desde 2008, todo un récord que retrata nítidamente una forma de gobernar tan alejada, por ejemplo, de la de José María Aznar, que nunca recurrió a esa potestad, o de la de Felipe González, que únicamente lo hizo en una ocasión. Por más que el portavoz socialista José Antonio Alonso hablara ayer de un acto «normal y legal», estamos ante una práctica insólita en democracia, sin precedentes tan abusivos. Y eso sin contar con los modos empleados en el veto del pasado miércoles, pues se produjo por sorpresa, a última hora y después de que las enmiendas habían sido debatidas en la Comisión de Presupuestos. Es evidente que el PSOE ha buscado proteger la inmoralidad de sus socios del PNV y Coalición Canaria con los pensionistas, pues durante meses mantuvieron su oposición a congelar las pensiones. Pero hacerlo a costa de devaluar el Congreso es más inmoral aún. La indignación de la oposición es más que comprensible y los recursos legales ante un claro abuso de poder, obligados. El uso habitual de un instrumento que debiera ser extraordinario desprestigia a la democracia y alimenta la desconfianza de los ciudadanos en sus instituciones. Es inaceptable que se censure el debate por intereses partidistas. Es un veto al Parlamento que amordaza la voz del ciudadano.
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