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«Los veraneantes»: El arte y la vida

Autor: M. del Arco (a partir del texto de M. Gorki). Dirección: M. del Arco. Escenografía: E. Moreno. Iluminación: J. Llorens. Reparto: B. Lennie, I. Elejalde, M. Montilla, R. Prieto, M. Fernández, M. Paso, Ch. Muñoz, E. Gelabert, C. Suárez, L. Otón, E. Arias. Teatro de La Abadía. Madrid. 

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Después de la sorpresa que supuso «La función por hacer» para la adormilada creación madrileña, Miguel del Arco y los actores de aquel brillante montaje han logrado el más difícil todavía. Todas las claves de aquel éxito –los espectadores dispuestos alrededor del escenario, los guiños metateatrales, el humor y el drama a partes iguales– están de nuevo en «Los veraneantes» sin que resulten repetitivos, porque el buen teatro nunca cansa. Lo que lograron desconstruyendo a Pirandello lo multiplican dinamitando a Gorki. Del original «Los veraneantes» apenas quedan los cimientos en esta nueva obra. Pero logra que olvidemos todo durante otro ritual que invoca a personajes desorientados.

Elite cultural y económica
Seres bellos y puros, como Bárbara, o pura fachada, como Israel, los protagonistas encarnan lo mejor y, sobre todo, lo peor de cualquier grupo humano: ridiculez, egotismo y vacío. Son burgueses de formación elevada, pero sus males de elite cultural y económica pueden aplicarse a otros subconjuntos. La idealista que exige altura moral a todo el mundo, el rebelde devenido en bufón, la excéntrica de la meditación y los chakras, el icono del idealismo hundido en la misantropía o el artista obsesionado con un ideal creativo que se traiciona a sí mismo, dibujan una tribu de veraneantes mal avenidos cuyos débiles vínculos están abocados, desde el comienzo, a la fractura. En el proceso, apuntan debates como la relación entre el arte y el compromiso o la posibilidad de cambiar el sistema o ser absorbido por él, como le ocurre a un político sin más principio que llegar al poder. Del Arco matiza a Gorki respetando la profundidad de las ideas pero acercando el lenguaje a otra obra diferente que es pura energía.
Todo el reparto participa en una coreografía interpretativa como pocas compañías son capaces de coordinar, con bailes, canciones, tremenda entrega física e interpretaciones memorables, desde el corrupto candidato de Israel Elejalde al descreído novelista de Ernesto Arias, la pureza herida de Bárbara Lennie, la provocación sexual de Elisabet Gelabert o la filosofía del superviviente del empresario de Raúl Prieto. Lidia Otón, Chema Muñoz, Manuela Paso, Míquel Fernández, Cristóbal Suárez y Miriam Montilla brillan por igual. No todos estaban en «La función por hacer», pero los cuatro nuevos rostros se han amoldado a la perfección a la compañía existente y redondean una obra enorme.

Del Arco debe este nuevo triunfo, en gran parte, como el anterior, a este irrepetible grupo de intérpretes. Aunque sería injusto obviar la visión de un director que vuelve a demostrar, tras su experiencia con Nuria Espert, que sus éxitos no son fruto del azar sino del talento.