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El cabo del miedo: El clásico nuestro de cada día

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Bálsamo
Gracias a los clásicos, cadena trófica de la ciudadanía en los últimos días, está la gente entretenida a pesar de que la cosa está muy mal.

Hace unos días, algunos de Vds, incautos, leerían en este mismo diario un artículo en el que una se mostraba harta del aluvión de clásicos que se nos venían encima; ahora, sin embargo, cuando sólo queda un asalto, la vuelta de la Liga de Campeones, una escribe a favor. ¿Es la prueba definitiva de que la «donna è mobile qual piuma al vento y que muta d'accento e di pensier» o así como así? Pues podría ser, oiga, pero es que me he dado cuenta de que tanto clásico, al final, ha sido una auténtica bendición. Al principio de la cuesta arriba una sólo pensaba en la turra bíblica que nos iba a caer a todos, pero el maratón de tópicos ha tenido un efecto colateral balsámico. Gracias a la sucesión de clásicos, cadena trófica de la ciudadanía en los últimos días, está la gente la mar de entretenida a pesar de que la cosa está muy mal, que diría el único malagueño más universal que Pablo Ruiz Picasso. En los días en los que nos han comunicado que hay cinco millones de parados y que la crisis tiene pinta de no ser pasajera sino de haber llegado para quedarse, sólo se habla de lo faltón que es Mourinho, de si Pepe tocó a Alves o de si son más indeseables Sergio Ramos, Marcelo, Busquets o Piqué. Y, sobre todo, nos ha valido a los que somos del Atleti, del Betis, del Sevilla o del Puerta Bonita para estar la mar de orgullosos viendo que no han sido los nuestros los que se han dado de tortas en los vestuarios. Quizás nos hayamos quedado sin Selección campeona, pero ¡qué aliviados, qué orgullosos estamos los de la Tercera Vía!

«Go Man U»
El exceso de tensión ha deparado unos partidos deplorables, bruscos, impropios de los planteles plagados de jugadores exquisitos.

Hace un siglo, Antonio Machado ultimaba sus «Proverbios y cantares», esos poemas sentenciosos que cierra el celebérrimo «Españolito que vienes al mundo…». Inventor del concepto de los dos Españas, mi ilustre paisano fundaba la Cofradía de la Tercera España, que cuenta con hermanos como Gregorio Marañón, Ortega y Gasset, Unamuno o ese 57 por ciento de ciudadanos que, según un estudio de Andrés Trapiello, no simpatizaba con ningún bando al comienzo de la Guerra Civil. La misma que, punto porcentual arriba o abajo, habíamos elegido a nuestro campeón de la «Champions» antes de que Stark diese el pitido inicial de la ida de las semifinales: el Manchester United. Los socios de los dieciocho clubes, reducidos al papel de palmeros por la miopía de los operadores televisivos, estarán conmigo. Esas dos fábricas de intolerancia en permanente conflagración bélica provocan una antipatía sólo superada por el hastío intelectual que causa la dialéctica mostrenca de los ejércitos de escribas babosos que cada una de ellas tiene en nómina. La rivalidad entre hinchadas es uno de los atractivos del deporte profesional, pero este afán por obligar a 45 millones de españoles a meterse en una de las dos trincheras cavadas es peligroso e irresponsable. El exceso de tensión ha deparado unos partidos deplorables, bruscos, impropios de dos planteles cuajados de jugadores exquisitos. Sólo nos falta un Millán Astray que vocifere «¡muera la inteligencia!» O a lo peor, ya pacen becerros de este porte por los cuarteles generales, digo por las redacciones.