San Petersburgo
Yo soy los otros
Esta frase tan corta me impresionó. Es de Schopenhauer, el filósofo que más me interesó cuando era joven. Luego, he sabido que el pensador alemán –y profeta de Nietzsche– ha sido el preferido de los artistas y ha ejercido una gran influencia en ellos. Me alegraría saber por qué, pero en mi caso, la frasecita me confirmó que para ser dramaturgo o novelista hay que contar mucho con la historia y la memoria del prójimo, para saber quiénes somos nosotros.
Supuestamente, yo me arrimo afectivamente a las vanguardias de mi siglo, pero también soy un entusiasta de «lo antiguo». A mí lo antiguo me hace vivir y soñar como nada en el mundo. Yo he sido muchos otros, antes de ser yo, y sus impresiones, sus apetitos, sus espantos, su larga experiencia sensorial, están inscritos en mis genes, en mi ADN.
He sido programado ya por al pasado. El pasado en mi gran biografía «hacia atrás». Yo he sido ellos, todos ellos, y necesito conocerlos para conocerme mejor. Si la cultura no es «memoria» no sabemos cómo definirla mejor. Memoria histórica, ética, estética, erótica, histérica… y todo memoria.
Aprender y cultivarse es un placer. No quiero parecer un doctrinario latoso, y me serviré de impresiones y argumentos muy simples, que todos podemos aprobar y entender:
Sólo hace falta una cultura de bachillerato para sentir una profunda emoción viajando en tren, de noche, en un antiguo vagón, todavía existente en la red o conservado como anzuelo de turistas. Estamos viajando como otra vez, viajamos en el tiempo, miramos con afecto y admiración, esa distribución en compartimentos, el tapizado, la ebanistería, las lamparitas, las puertas correderas… Entendemos y nos identificamos a la sociedad burguesa de antaño, a lo exclusivista, hedonista y comodona que fue. «Que fuimos». Yo también.
–«¡Mira, qué bonito! Así he viajado yo, cuando era otro. Casi lo prefiero a viajar como corderos democráticos, bien tratados, en un vagón tubular, por mucho que el tren corra a velocidades impresionantes. Ahora descubro que soy muy pijo y muy conservador. Pero también entiendo que nada se conserva, que todo tiene que cambiar y solo queda la «nostalgia histórica».
Lo mismo se produce –pero corregido y aumentado– si viajamos de noche y en Wagon Lit desde Moscú a San Petersburgo. Estamos viajando como Anna Karenina y percibimos de igual modo el movimiento y salto de las ruedas sobre los raíles, la estepa nocturna, el rápido desfile de estaciones desiertas, los martillazos metálicos de los ferroviarios en las paradas… No sólo estamos en contacto directo con la bella y desgraciada adúltera de novela, sino con toda la sociedad rusa de su tiempo.
¿Que hace falta tener imaginación? Ni siquiera eso. Este chapuzón en el pasado no deja indiferente a nadie. Tanto mejor cuando uno se dedica a inventar tramas literarias y novelescas, como yo. Pero a la mano de todo el mundo está ese turismo psíquico, memorioso y evocador. Todo ese recuerdo «de lo que fue», tanto de lo que fuimos también, sin estar materialmente presentes.
¡Con qué delectación he viajado en antiguos trenes del Reino Unido, también de noche, leyendo una novela de la serie negra, sintiéndome como un sencillo comisionista inglés de principios del siglo XX, un personaje de Agatha Christie!
En el París de la posguerra, yo visitaba grandes mansiones sin restaurar, y pasaba la mano por aquellas sufridas paredes, algunas no repintadas desde Napoleón III. ¡Lo que me trasmitían aquellas paredes, que trasudaban heroísmo y miedo, con desconchones y agujeros de balas! Las escuchaba silbar a mi alrededor.
Sentir y vivir el pasado nos hace más eclécticos, con cierto pesimismo. Si todos somos uno, igualmente yo tengo que sentirme «los demás» y entenderlos como a mí mismo. Hasta caer en la cuenta de que mi enemigo también soy yo. La frasecilla de Schopenhauer es, en el fondo, más compleja y abismática de lo que parece.
✕
Accede a tu cuenta para comentar