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Fotogenia y desidia

La Razón
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He sido siempre un tipo atento a ayudar al prójimo sin hacer preguntas. Parto de la idea de que nadie pide ayuda si verdaderamente no la necesita, igual que creo que nadie mata sin estar convencido de tener una razón para hacerlo o lo hace arrastrado al crimen por una fuerza que se siente incapaz de controlar. Decisiones terribles que sin duda son injustas son al mismo tiempo razonables. Podemos condenar el crimen y encarcelar en consecuencia al criminal, pero no estaría de más que nos preguntásemos que habríamos hecho nosotros en su lugar. Por muchas vueltas que le demos, la decencia no es siempre una conquista deliberada del hombre, sino el resultado de una circunstancia propicia. Si en una situación desesperada un hambriento se contiene de robar para comer, yo creo que en vez de ser un santo irreprochable, es un perfecto idiota. ¿Alguien en su sano juicio puede creer que los ricos son buena gente sólo porque no roban? ¿Serían tan buena gente si la pobreza los pusiese en la disyuntiva de robar en la panadería para mitigar el hambre? ¿Diríamos que es un buen padre el tipo que para que elogien su decencia se abstiene de robar el dinero que necesita para que el ayuno forzoso no impida el sueño de sus hijos? Como a menudo ocurre con el heroísmo, el crimen es un recurso extremo del que se sirven los seres humanos para tranquilizar su conciencia. Estoy seguro de que la inmensa mayoría de los hombres y mujeres recluidos en las prisiones aceptan su condena y su culpa, pero dudo que sean sinceros si dicen que están arrepentidos. A veces el tipo que permanece encarcelado a raíz del asalto al furgón blindado reconoce su arrepentimiento por haberse llevado los tres millones de la remesa, pero probablemente su constricción se refiere a que habría preferido que fuesen treinta. No nos engañemos: todos tenemos enfilado a alguien a quien estaríamos dispuestos a quitarle la vida si tuviésemos la certeza de que jamás seríamos descubiertos. A veces los creyentes se contienen sabedores de que Dios se entera de todo, pero el progresivo descreimiento está creando una sociedad sin remordimientos y sin culpas en la que matar a alguien que nos hizo daño no resulta en absoluto más inquietante que la simple decisión de retirarle el saludo. Desengáñate, amigo: A ese tipo que te incordia lo matarías sin el menor remordimiento si no fuese porque detestas manchar de sangre la tapicería del coche. Como me dijo hace unos cuantos años un homicida en libertad condicional, «¿crees que habría sido el asesino del empleado de aquel banco si la sociedad me hubiese permitido ser su director?»… Yo no dije nada pero pensé que probablemente la única diferencia moral entre aquel tipo y yo era que a mi en el banco me daban un préstamo sin necesidad de encañonar al cajero. Eso, y también que la mierda que a él le producía fotogenia, a mi me habría causado desidia.