Portugal

Dos Pritzker mano a mano

¿Qué le preguntaría un Pritzker a otro? La cuestión podría servir de arranque para un acertijo, quizá un chiste. No lo es. El Círculo de Bellas Artes reunió ayer a dos arquitectos portugueses galardonados con el premio, Álvaro Siza, quien lo obtuvo en 1992, y Eduardo Souto de Moura, el último en recogerlo.

Siza y Souto de Moura se reunieron ayer en el Círculo de Bellas Artes
Siza y Souto de Moura se reunieron ayer en el Círculo de Bellas Arteslarazon

Ambos se han embarcado en un proyecto que presenta a través de una colección de cuadernos una obra singular de un arquitecto, desde sus bocetos iniciales y croquis (tan característica esa mano alzada del maestro luso en apuntes levísimos) hasta su resultado final, a través de las fotografías de Juan Rodríguez. Siza abre el fuego con una casa en Mallorca que levantó para la familia Fluxá. Le seguirán los cuadernos de Moneo y Le Cobursier. Juan Miguel Hernández León, presidente del Círculo de Bellas Artes, gran conocedor de uno y otro, no podía ocultar su satisfacción por la coincidencia de los dos arquitectos.

Tras la presentación Souto de Moura escapa para fumar un cigarrillo en la azotea (encenderá tres a lo largo de una entrevista tórrida –por el sol, no piensen mal–, y constantemente interrumpida por el paso de operarios): «Portugal tiene el techo muy bajo y cuando obtuve el premio sirvió como revulsivo para el país, una gran noticia después de tanta sequía. Bueno, y también levantó mi ego», explica sobre el conocido como «Nobel de la Arquitectura» en un casi perfecto español.

Habla con admiración profunda de don Álvaro, «maestro y mentor, de quien me asombra la manera en que trabaja. Es un hombre de enorme honestidad y perseverante, le admiro. El cariño hay que sentirlo, y yo no puedo matar al padre», asegura después de un par de caladas. Han trabajado juntos mucho, han compartido tanto o más, se conocen demasiado. Por eso cuando reúnen, que es con bastante frecuencia, no hablan de arquitectura, sino de fútbol, apasionados ambos del Benfica (y del Madrid), ahora un poco de capa caída. A los dos les espera un proyecto en el metro de Nápoles.

Cuando sale el Portugal de ahora en la conversación se le congela la sonrisa: «Tenemos que pasar un periodo malo para darnos cuenta de que no podemos vivir así. Hemos de empezar de nuevo. Fíjate que importamos el 60 por ciento de lo que comemos, un país rodeado de tanto mar. Tenemos que repensar esta situación para poder cambiar muchas cosas». «¿Y la arquitectura sostenible, señor Souto de Moura?». Se ríe, sin malicia, pero dejando entrever por dónde irá la respuesta: «La arquitectura no tiene que ser ni inteligente ni sostenible ni torpe, sino buena. Si no se posee una buena voz, no se puede cantar. Yo lo veo como una moda». Cuando le encargan una intervención sobre el patrimonio, traga saliva «porque es como trabajar en el filo de la navaja ya que puedes desvirtuar lo que ya existe. No puedes tratar de dejar tu firma, es el edificio el que debe vivir».

El detalle. Hijo preferido
Lo tiene claro Souto de Moura: por mucho que un padre diga que no, siempre tiene un hijo predilecto. El suyo es el Estadio de Braga, una mole inmensa excavada al borde la montaña. Le recordaba tanto a su padre, nacido allí... Diseñó hasta los picaportes. «Fue un trabajo a gran escala fascinante, con la línea de agua y la montaña».