Europa

Bruselas

La desgracia empezó en Davos

Los ajustes sociales son consecuencia de la inacción de Zapatero tras el toque del Foro Económico Mundial

PULSE EN «DOCUMENTO» PARA DESPLEGAR EL GRÁFICO
PULSE EN «DOCUMENTO» PARA DESPLEGAR EL GRÁFICOlarazon

MADRID- No fue en Bruselas ni el pasado fin de semana cuando se abrió la espita contra España. Todo empezó en Davos la última semana de enero. Ahí fue cuando nuestro país comenzó a estar en el punto de mira y nuestro presidente entró en barrena. Los gurús del capitalismo sentaron a Zapatero entre Letonia y Grecia, los hermanos pobres de Europa. Desde entonces nuestro jefe de Gobierno no ha levantado cabeza. Aún le persiguen las palabras que el prestigioso economista Nouriel Roubini pronunció en la apertura del Foro Económico Mundial: «España es una amenaza para la eurozona. Si cae Grecia es un problema, pero si cae España el problema se convierte en un desastre».

Zapatero se plantó en la exclusiva estación suiza y desafió el pesimismo pidiendo un acto de fe en España: «Somos un país serio y vamos a cumplir nuestros compromisos», dijo ante empresarios, académicos y banqueros. Subrayó que España cumpliría con la rebaja del déficit al 3 por ciento y anunció un plan de austeridad de 50.000 millones de euros en recortes fundamentalmente de gastos de personal, gasto corriente, transferencias y algo de inversión pública. Improvisó una reforma del sistema de pensiones de la que nunca más se supo y otra del mercado de trabajo de la que aún no se sabe. Pretendió dejar una señal inequívoca de que España iba a hacer los deberes, pero no pudo evitar pasar al ataque: «La deuda española está 20 puntos por debajo de la media europea (52% del PIB frente al 70% en el conjunto de la UE), y el Tesoro dedica el 5% de los ingresos al pago de la deuda, menos que Francia y Alemania. Tenemos una hoja de servicios impecable», dijo. Era la demostración de que Zapatero no estaba convencido de la necesidad de hacer ajustes. Aún sacaba pecho con la fortaleza de nuestro sistema financiero. Con todo, ya entonces prometió, para acallar las voces de Davos, celeridad en el saneamiento de las entidades pequeñas y medianas: «La reestructuración de las cajas de ahorro llegará en primavera para adecuarse al nuevo tamaño del sector financiero en la economía española». Regresó de Suiza y se olvidó de las amenazas de la «bestia» capitalista. Pensó que aún podía seguir jugando con la suerte y que ninguna amenaza iba a atrofiar su instinto político. Sorteó las críticas internas; confió en que la trama Gürtel desbarataría al adversario político; se fió de las buenas palabras de sindicatos y empresarios para alcanzar un acuerdo sobre la reforma laboral; interpretó algunos datos positivos de la económica como signos inequívocos de una inminente recuperación… Y andaba en estas cuando el vecino griego se incendió y Europa tuvo que salir al rescate. «España no es Grecia», repitió hasta la saciedad. Puede que no, pero los mercados, los especuladores, los inversores no lo creyeron, y nos atacaron. Todo era, a efectos de La Moncloa, una conspiración de capitalistas desalmados dispuestos a hacer fortuna con nuestra débil economía. Y esto es lo que el presidente tenía pensado contarnos este miércoles pasado desde la tribuna del Congreso, de no ser por lo que pasó en la dramática reunión del Eurogrupo el pasado fin de semana. Fueron momentos trascendentales para nuestro país pero también para Europa y cuentan algunos destacados socialistas que algún día la historia escribirá el papel que jugaron tanto la canciller alemana Ángela Merkel como el presidente francés Nicolás Sarkozy. Lo cierto es que allí, donde finalmente se acordó un fondo de 750.000 millones de euros para blindar a los países del euro, volvieron las dudas sobre España, sobre las posibilidades de recuperación, sobre los ajustes anunciados y no realizados y sobre si nuestro país podría aguantar un solo día más de turbulencias financieras como las que se habían producido en los mercados durante los últimos diez días. Es precisamente a estas turbulencias y a los ataques especulativos a los que el Gobierno achaca la urgencia de las medidas de recorte anunciadas por Zapatero («Yo no he cambiado… han cambiado las circunstancias desde el pasado fin de semana», dijo el miércoles en el Congreso). Las circunstancias, se diga lo que se diga, fueron una conminación de Bruselas primero y de Washington, después. Y todo por no atender al primer toque de atención que le dieron en Davos. De haber tomado entonces algunas decisiones de calado, esta semana el tijeretazo hubiera sido menor. Así que ahora la tardanza en la toma de decisiones le obliga a renunciar a sus políticas. El presidente no quiso cortar la hemorragia a tiempo y ahora se enfrenta a la gangrena política. Él, que se había erigido en único garante de las políticas sociales y que abanderaba la defensa de los más desfavorecidos ha tenido que anunciar el recorte social más duro de la historia de la democracia. El 12 de mayo pasará a la historia como el día en que Zapatero se hizo el harakiri y tuvo que renunciar a los principios de la socialdemocracia. Su cara lo decía todo cuando cabizbajo pedía esfuerzo nacional colectivo, pero sus medidas sólo iban dirigidas a madres, pensionistas, funcionarios y dependientes. Ahora tendrá que hacer y decir todo lo contrario de lo que ha venido prometiendo y haciendo, y eso, sin duda, contribuye a aumentar la debilidad política del líder socialista. De hecho, el Gobierno es consciente de que el pasado miércoles empezó de cero la Legislatura porque, por más que se lo pidan, Zapatero, sostienen los más próximos, «no convocará elecciones anticipadas nunca». En política, ya saben, el nunca puede ser mañana.