Historia

Londres

Conflictos y opinión pública

La Razón
La RazónLa Razón

Me preocupan tanto las efervescencias como los apagones informativos. Imagino las incertidumbres de un lector formado y preocupado, al que un día le saturan con cientos de crónicas sobre Libia y a los pocos días parece que todo se desvanece. Otros acontecimientos –siempre aparecerán– desplazan el llamado «interés informativo» a Siria, Costa de Marfil o simplemente a problemas domésticos como el relevo en el liderazgo de un partido, las incongruencias judiciales con ETA y su entorno, o los «atajos» políticos con la banda criminal.

Sé que leemos, escuchamos y vemos lo que nos es afín. Es decir, que somos corresponsables de lo que se nos informa al asimilar unos criterios que hacemos nuestros. Como siempre, me preocupa cómo afecta esto a los miembros de las Fuerzas Armadas. Esta vez no han desplegado nuestros soldados en Libia entre pancartas de «no a la guerra» ni entre gritos de «gobierno asesino». Algo hemos avanzado. Sólo pretendemos que se nos deje trabajar tranquilos. Pero si analizan las entrevistas de estos días a los uniformados, observarán que las primeras preguntas siempre son iguales: ¿Estamos en guerra? ¿Es igual que Iraq? ¿Son semejantes las Resoluciones? Siempre nos someten a la prueba del algodón político intentando llevar nuestra agua a otros molinos. Y cada uno sale como puede. Un buen general se agarra a la Constitución, «aquí el único que declara la guerra es el Rey con aprobación previa de las Cortes». Otro dice «mire, las Resoluciones las interpreta el Gobierno y nosotros cumplimos: si hay que ir a Iraq vamos; si hay que regresar regresamos. No me lo cuente a mí». Pero ¿qué quieren?

Diferente es el cómo se transmite. Yo aquí sí fui crítico. Porque entre quienes en primerísima comparecencia hablaron de Libia no había ningún uniformado, y repasando las biografías de los presentes tenían más peso específico los procedentes de la insumisión, del «nunca mais» y de otras posiciones que no vienen a cuento, que los que hacían constar en sus currículos largos y constatados servicios al Estado. A uno de ellos siempre le agradeceremos las pintadas con que nos embadurnaban nuestros vehículos en la Galicia del «chapapote» o aquellos «inocentes» sabotajes en que nos vaciaban de noche los aljibes de agua o nos quemaban un vehículo táctico. También tenemos memoria. ¡Simplemente cumplimos órdenes, querido amigo, igual que ahora!

Insto a la ponderación. A que el lector pueda leer completas las Resoluciones de Naciones Unidas, algo a lo que la prensa escrita es remisa. Que cada uno pueda comparar la 1441 y 1483 de 2003 con la 1973 de 2011; que interprete los nueve «chair's statements» acordados en Londres el pasado 29 de marzo. Tampoco sería malo presentarlos en inglés, porque ciertas traducciones no siempre reflejan lo acordado. Nunca hemos tenido tantos y tan buenos informadores. Sólo es cuestión de buscar la objetividad, el análisis, huir de ciertas pasiones subjetivas. ¿Cuántas fotos de nuestra Guerra Civil son ahora reconocidas como montajes? ¿Qué fue sino un montaje aquel asalto a una maternidad en Bagdad en la que se desconectaban incubadoras llevando supuestamente a la muerte a aquellos inocentes?
Creo que la opinión pública anda desconcertada. Lo demuestran los estados de opinión. El mayor tanto por ciento referido a respuestas de los encuestados suele ser el del «no sabe, no contesta».

Son los que un día ven a un Presidente del Gobierno –español, francés, italiano– abrazándose a un Gadafi; a los pocos meses atacándole con «tomahawk» y no sabemos si mañana volviéndole a escuchar en la sede de Naciones Unidas. Son los que ven como se mezclan intereses nacionales con intereses de partido, sin saber a qué obedecen determinadas y precipitadas decisiones.

A día de hoy, estamos en un complejo punto muerto. No sabemos si los ex gadafistas llegados a Londres son nuevos Ribbentrop o Rudolf Hess, desertores o enviados especiales,cuando sigo creyendo en el papel mediador de Turquía. También pienso en lo que diría Churchill: «orden antes que caos».

Una última constatación. Es el del papel del Ejército en toda esta conmoción norteafricana. Donde existía como institución y se ha mantenido unido –Túnez y Egipto– las revueltas se han canalizado. En el caso libio su vacío se ha llenado con milicias y con mercenarios. Hoy están en plena guerra civil.

Sólo los cauces de la reconciliación pueden llevar la calma que todos deseamos al Mediterráneo. Pero alguien tiene que hacer de Churchill.