Atenas

La ignorancia es pecado por Joaquín Marco

La Razón
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A estas alturas de la crisis nada sabemos sobre nuestro inmediato futuro colectivo. Rajoy se permitió incluso un chiste al ser preguntado, una vez más, por el rescate que viene, si es que viene, aunque tiene que venir. Pese al dramatismo de la situación, uno se teme que los dirigentes europeos tampoco se ponen de acuerdo sobre nuestro futuro y sobre casi nada. Andan como desorientadas tortugas contemplando los desastres que van generando con sus supuestos rescates. Angela Merkel, que hasta ocasionó disturbios en su paso por Atenas el pasado martes, tiene ante así la ardua tarea de convencer a sus ciudadanos de que no va a tener que poner un euro más sobre la mesa ni que sea para rescatar ahora a un país tan grande como España, pieza de dominó que podría arrastrar consigo a Italia y hasta, tal vez, Francia: tiemble el euro. La debilidad de los países del Sur contrasta con la fortaleza de los del Norte. Pero ni siquiera Alemania se siente ya segura, a un año escaso de elecciones generales. La canciller podría dejar de serlo. Fuerzas de toda índole, como bancos y grandes empresas y hasta algún país de la Unión, presionan para que España entre por el aro del rescate. No les convencieron los presupuestos y se desconfía de un país que hace aguas incluso en su territorialidad. Nadie puede ignorar que estamos a las puertas de elecciones en tres autonomías históricas. Nada menos que el País Vasco –cuyos resultados son previsibles y escasamente favorables para el conjunto de la nación– si se entiende al antiguo modo; Galicia – que podría ser o no ser el espaldarazo que precisa el Presidente (al menos ganar en su Comunidad)– y Cataluña, cuyos resultados parecen previsibles, aunque nadie ignora que el tiempo todo lo descompone y aún falta el necesario para que Mas se consolide.
Casi desaparecido el Parlamento (tú, más), los silencios presidenciales inducen a suponer mucha ignorancia ciudadana. Sabemos más o menos de dónde venimos, pero no a dónde vamos. El no saber podría confundirse con el signo de la felicidad, porque no sufre quien desconoce. Acechar el futuro es advertir desagradables incógnitas. Nuestros socios nos invitan a rebanar hasta los huesos una sociedad del bienestar que, si estuvo alguna vez, se va desvaneciendo como el humo de los rescoldos de una hoguera. Cada vez que sitúan el problema español junto al griego nos hacen temblar las piernas. El discurso de Andoni Samarás, el pasado día 9, solicitando ya no dinero, sino algo de oxígeno y las palabras de gratitud hacia la canciller alemana sonaban a funeral, mientras en las calles adyacentes a la embajada alemana y al Parlamento los manifestantes pretendían superar los palos policiales. Algo de esto ya vamos sabiendo, pese a que en Grecia no hay independentistas ni felices territorios con conciertos económicos. Se nos ha repetido tantas veces que no somos Grecia como que van a subir las pensiones. Pero las dudas exageradas conducen a la ignorancia. Tampoco, se nos dijo, debían subir impuestos, el IVA, ni recortar materias tan delicadas como Educación o Sanidad. Sin embargo, soplan malos vientos por las calles de las principales urbes: huelgas y manifestaciones, aumento de la pobreza y cierre de oficinas bancarias. Lo que preocupa no es tanto lo que ya estamos sufriendo, sino lo que se nos caerá más pronto que tarde. Y hay otro sufrimiento más sutil que utilizan los políticos (esta, que dicen clase, tan denostada como imprescindible) y es la ignorancia. Mantener el suspense de lo que está o no por llegar, de lo que llegará, pese a que nadie quiera. El retraso en la toma de decisiones incrementa el desconcierto de una población que no sabe a qué carta quedarse, puesto que los recortes son indefinidos y nunca acaban. Siempre se puede apretar algún tornillo más.
Pero estamos, según el FMI (aunque su historial no es de muchos aciertos) pegaditos a Grecia, en una posición de crecimiento (en nuestros casos de decrecimiento) situada en el país 104, con un -1,3% y un 25% de paro estimado para el 2013, año para el que los Presupuestos habían considerado un decrecimiento tan sólo del 0,5%. No se lo han creído. Auguran que lograremos alcanzar el nivel del que partimos antes de la crisis en 2018, con una prima de riesgo que puede llegar a 750. Y nosotros entre la ignorancia y la indecisión. Se cronometran los tiempos de la información. Todos los augurios que se nos suministran son negativos: los estudios de los principales bancos, el FMI, los altos dignatarios de la UE. Nuestros socios los están registrando, mientras la oposición duda también e influye aún más en un casi pánico colectivo. ¿Quién va arriesgarse a prestar a quien no tiene y del que no se fían? Los Presupuestos pueden cambiarse cuando convengan. Las partidas no son inamovibles. Permanece, entre espesa niebla, la desconfianza de unos hacia todos. Ya no hay quien se fíe ni del vecino. Somos pecadores, aunque ignorantes. ¿Qué pecados habremos cometido?