Barcelona

Torre Arias la última quinta privada

Tras la muerte de su propietaria, la aristócrata Tatiana Pérez de Guzmán, la finca de 13,45 hectáreas ha pasado a formar parte del patrimonio del Ayuntamiento de Madrid

Torre Arias, la última quinta privada
Torre Arias, la última quinta privadalarazon

Madrid- En el número 551 de la calle Alcalá, tras dos imponentes puertas de hierro, flanqueadas por sendas puertas de paso a peatones, se esconde una joya de la arquitectura madrileña. La vivienda, hasta hace apenas 20 días, pertenecía a una de las grandes de España más discretas. Un oasis de tranquilidad de 13,45 hectáreas de extensión ocupado por un palacio del siglo XVI que pasará a formar parte del patrimonio del Ayuntamiento de Madrid en los próximos días. Ésta fue, según las personas que la acompañaron hasta el último momento, la voluntad de la condesa de Torre Arias, marquesa de Santa Marta y marquesa de Torre de Esteban Hembrán. Porque Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, a sus 88 años, sin descendencia, ha legado todos sus bienes a la Administración pública y a la fundación que lleva su nombre. Los detalles de la cesión de su caserón, que habitó hasta su último aliento, y los terrenos que los rodean se cerraron en un convenio urbanístico que suscribieron el Consistorio de la capital y el representante de la condesa de Torre Arias el 15 de marzo del año pasado.

Su quinta madrileña, la última en la capital que quedaba en manos privadas, se ha mantenido impasible al paso de los años a las afueras de la antigua localidad y actual barrio de Canillejas mientras, tras sus muros, crecían barrios obreros cuyos habitantes apenas conocen datos sobre el tesoro que se esconde tras la interminable tapia de ladrillo desgastado que protege la finca ahora rodeada por el Parque Marqués de Suanzes, al oeste, y el barrio del Salvador, al este. Se trata de toda una hacienda en pleno casco urbano que dispone hasta de parada de metro, bautizada con su nombre, frente a su entrada sur.

Pero sin duda la joya de Torre Arias es su palacio, situado en la cota más alta de la finca, y que ahora queda a escasos metros del tráfico de la autovía de Barcelona. De 26 por 26 metros de planta cuadrada y dos pisos –más cueva y desvanes–, el caserío ha sido escenario a lo largo de su historia de algunas de las mejores fiestas de la aristocracia y, como ya ocurriera con la cercana quinta de Los Molinos, ahora podría abrirse al público.

La antaño quinta de los condes de Aguilar o de Bedmar, hasta su adquisición por los Torre Arias, no siempre fue una finca de recreo al uso. En un tiempo, albergó tierras de cultivo, cuadras que servían de cobijo a una magnífica yeguada, una nave de lechería, perrera y hasta gallinero para aves exóticas, según se refleja en el libro «Los Palacios de Madrid» editado por la consejería de Cultura de la Comunidad.

Su palacio, de ladrillo rojo visto, está rematado con una torre desde la que se pueden avistar los límites de la finca y cuyo frente se adornó con un reloj parisino. Su interior tampoco desmerece su historia. Los inventarios a los que ha tenido acceso el director del departamento de Urbanismo e Historia de la Arquitectura de la Universidad Europea de Madrid, Miguel Lasso de la Vega, hablan hasta de un «vestidor de "estilo persa"y un sinfín de alcobas y gabinetes adecuadamente amueblados». Según las crónicas, llegó a disponer de hasta 14 habitaciones para su numeroso servicio. Hoy en día, sin embargo, la condesa de Torre Arias no vivía en el palacio sino en una segunda vivienda, más acogedora, que construyeron sus antepasados en unos terrenos que tampoco tienen desperdicio. Un arroyo cruza «caminos sinuosos que surcan praderas y enlazan glorietas con fuentes, árboles y esculturas», según Lasso de la Vega. Los últimos registros públicos de la propiedad –de los años 50, cuando Canillejas entró a formar parte del término municipal de Madrid– hablan de tres invernaderos y una propiedad que ahora los madrileños están a punto de empezar a disfrutar.

 

Una condesa millonaria de vida austera
No era famosa a fuerza de empeño en evitarlo, porque motivos le sobraban. Quienes la conocieron aseguran que, apesar de su inmenso patrimonio, Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno era la antítesis de la obstentación, que se preocupaba por compartir parte de sus 500 millones de euros con todo lo que tuviera que ver con la cultura y la naturaleza y era una mujer muy discreta –no acudía a actos ni ha trascendido ninguna fotografía suya–. De hecho la primera y última vez que el nombre de esta descendiente de Cristobal Colón trascendió, fue cuando se casó con el conde de Torres Arias en Los Jerónimos.