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La lealtad de Sarkozy por Carmen Enríquez

La Razón
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Ha sido un acto perfecto para agradecer un comportamiento leal y ejemplar. Por eso tenía que ser en un escenario tan apropiado como el Palacio Real de Madrid, en el Salón de Columnas en el que se firmó, por ejemplo, la entrada de España en la Comunidad Europea. Con los anteriores presidentes del Gobierno de testigos, esta vez sí, todos ellos, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y el hijo de Adolfo Suárez en representación de su padre, enfermo irrecuperable con la memoria perdida.

No es costumbre que el Rey entregue la máxima condecoración del reino en una ceremonia tan solemne. Los hasta ahora caballeros distinguidos por don Juan Carlos con la Orden del Toisón de Oro –23 en total desde su llegada al trono– la habían recibido en el Palacio de la Zarzuela o en sus respectivos países en el caso de los monarcas que la poseen.

Pero esta vez el Rey ha querido dar visibilidad al acto porque de lo que se trataba era de expresar toda la gratitud de la Corona y la del pueblo español, al que representa, al Jefe de Estado francés por su apoyo decisivo a la hora de colaborar para terminar con unos miserables como los integrantes de la banda terrorista ETA.

Si el presidente francés, Nicolás Sarkozy no hubiera tenido tan claro que su país no podía ser refugio de un solo terrorista más, que ya no valía ampararse en el sur de Francia después de cometer uno de sus sangrientos atentados, la banda terrorista no habría llegado al callejón sin salida en el que se encuentra actualmente. De ahí su frase al recoger la condecoración de que a los dos lados de los Pirineos –antes vía de escape de los asesinos– hay la misma determinación y los mismos objetivos de encontrar el fin definitivo para la violencia. Eso y su mención de las víctimas, las auténticas perdedoras de un conflicto inútil.

Como testigos de este reconocimiento sin precedentes al Estado francés, siete de los caballeros de la Orden del Toisón reunidos por primera vez en un acto que ha servido para subrayar la importancia de que las acciones ejemplares tengan recompensa. Con una condecoración que es el no va más de las condecoraciones. Tanto que a pesar de la obligación de devolverla cuando el caballero muere, más de uno de sus descendientes alegó que se le había perdido para no tener que devolverla.